“Para la mayoría de la gente, la palabra inmoralidad ha pasado a significar una cosa, y sólo una… Un hombre puede ser codicioso y egoísta; despiadado, cruel, envidioso e injusto; brutal y violento; avaro, falto de escrúpulos y mentiroso; obstinado y arrogante; estúpido, huraño, y carente de cualquier instinto noble… y aún así somos capaces de decir de él que no es inmoral. Recuerdo que, en cierta ocasión, un joven me dijo con total sinceridad: “No sabía que hubiera siete pecados capitales; dígame, por favor, cuáles son los otros seis”.
(Dorothy L. Sayers, en “Escritores conversos”, de J. Pearce, P. 285)