Después de la muerte de Rosa, también Dios hizo milagros por
su intercesión. El padre Francisco Nieto cuenta que un alférez
tenía una pierna hinchada como una bota y, oyendo decir los
milagros de la santa, se encomendó a ella y, tomando un poco de
la tierra de su sepultura y refregándose la pierna con ella,
milagrosa y repentinamente quedó sana; y esto fue público a
todos fuera de que el dicho alférez, confesándose con este
testigo, se lo dijo. Una mujer que estaba tullida de un brazo,
llamada doña Isabel Durán, viuda de Jácome Carlos, aquella
mañana que estaba el cuerpo de la bendita santa en la capilla
mayor, teniendo el brazo tullido, se llegó a la santa con viva fe,
encomendándose a ella que alcanzase de Nuestro Señor la
sanase de aquel brazo tullido y tocó a la santa y quedó buena y
sana repentinamente.
También una india cacique de Chincha, llamada doña
Magdalena, estando en esta ciudad tullida de los pies en una
cama, y estando en este convento un religioso conocido suyo,
oyendo los milagros que la santa obraba, le envió un poco de tierra
de su sepulcro; y, refregándose los pies con ella, milagrosamente y
repentinamente, quedó sana. Y esto lo sabe este testigo por
habérselo dicho la dicha cacica y haberla traído a este convento a
dar gracias a la capilla del rosario… Y (este testigo) ha oído decir a
muchas personas que vivían en grandes ofensas de Nuestro Señor
que han mudado sus vidas después de la muerte de esta bendita
virgen; y entiende este testigo que por haberse encomendado a
ella ha sido.
Fray Blas Martínez nos refiere: Un negro mayordomo de la
cofradía de Nuestra Señora del Rosario…, al cual vio este testigo
manco de la mano derecha desde muchos años, y la traía sin
poderla menear; el día octavo del entierro de la dicha Rosa, metió
el brazo en la tierra de su sepultura, invocando a la sierva de Dios.
Y sucedió lo que era de esperar; a poder de ruegos, logró la gracia,
pues salió sano de la manquera y le llevaron con “Te Deum
laudamus” a la capilla de Nuestra Señora del Rosario; y después le
conoció muchos años sano y bueno de la dicha manquía.
María de Oliva, la madre Rosa declara que un día vio, después
de la muerte de la bendita Rosa, que habiendo venido el
procurador general de santo Domingo con un fraile, llamado fray
Juan García, le dijo que entrase a la celdita de la bendita Rosa y
sacase la sillita que la bendita Rosa tenía; y el dicho padre entró y,
en lugar de sacarla, empezó a cortar de la madera de ella y, por
cortarla, se cortó la mano, una buena herida hacia la muñeca, que
se cortó cuero y carne y le salió mucha sangre, que se le corría por
la palma de la mano; lo cual vio esta testigo… Y el padre
respondió: “Aquí tengo yo con qué curarme”. Y sacó del seno, un
pedacito de hábito de la santa Rosa y se lo puso en la herida y le
parece que también se puso un poco de tierra de la celdita. Y de
allí a poco, habiéndose entretenido hablando, que le parece a esta
testigo que no había pasado una hora, miró la herida y la halló
sana y lo mostró a todos; y esta testigo vio la llaga y herida
después, antes que pasase una hora, y la vio sana.