“Contéstame: si tuvieras manchadas las manos de estiércol, ¿te atreverías a tocar con ellas las vestiduras del rey?
Ni siquiera tus propios vestidos tocarías con las manos sucias; antes te las lavarías y secarías cuidadosamente, y entonces los tocarías. Pues, ¿por qué no das a Dios ese mismo honor que concedes a unos viles vestidos?”.
(San Anastasio Sinaíta)