Un elefante cruzaba el río. De repente uno de sus ojos se salió de la cuenca y cayó al fondo del agua.
El elefante, enloquecido, se puso a buscar por todas partes, pero en vano. El ojo parecía a todas luces perdido.
Mientras se agitaba en medio del río, a su alrededor, los animales acuáticos, los peces, las ranas, y también los pájaros y las gacelas que permanecían en la margen le gritaban:
-¡Cálmate! ¡Tranquilo, elefante! ¡Cálmate!
Pero el elefante no les oía y siguió buscando el ojo, sin encontrarlo.
-¡Tranquilo! -le gritaban- ¡Tranquilo!
Finalmente los oyó, se detuvo y los miró. Entonces el agua del río se llevó suavemente el cieno y el lodo que el elefante había levantado con su movimiento. Entre sus patas vio el ojo en el agua, que se había vuelto clara.
Lo recogió y lo volvió a colocar en su sitio.
El elefante, enloquecido, se puso a buscar por todas partes, pero en vano. El ojo parecía a todas luces perdido.
Mientras se agitaba en medio del río, a su alrededor, los animales acuáticos, los peces, las ranas, y también los pájaros y las gacelas que permanecían en la margen le gritaban:
-¡Cálmate! ¡Tranquilo, elefante! ¡Cálmate!
Pero el elefante no les oía y siguió buscando el ojo, sin encontrarlo.
-¡Tranquilo! -le gritaban- ¡Tranquilo!
Finalmente los oyó, se detuvo y los miró. Entonces el agua del río se llevó suavemente el cieno y el lodo que el elefante había levantado con su movimiento. Entre sus patas vio el ojo en el agua, que se había vuelto clara.
Lo recogió y lo volvió a colocar en su sitio.