«Mi padre es tan valiente, que manda en casa… que no se inmuta ante el alcalde.. ahora se hace un niño pequeño ante Dios… Debe ser muy grande Dios para que se arrodille mi padre ante El, y también muy bueno para que se ponga a hablarle sin mudarse de ropa… En cambio, a mi madre nunca la vi de rodillas. Demasiado cansada, se sentaba en medio, el más pequeño entre sus brazos… Debe ser muy sencillo Dios, cuando se le puede hablar teniendo un niño en brazos y en delantal. Y debe ser una persona muy importante para que mi madre no haga caso ni del gato ni de la tormenta. Las manos de mi padre –cubriendo con ellas la frente- y los labios de mi madre me enseñaron de Dios mucho más que mi catecismo. Dios es una persona. Muy cercana. A la que se habla con gusto después del trabajo»
(J. Sans Vila, ¿Por qué me hice sacerdote?, Salamanca 1965, pp. 98-100)