A temprana edad – emulando a la terciaria dominica santa Catalina de Siena – empezó a ayunar tres veces por semana y a realizar severas penitencias en secreto. Su compañero de juegos fue su hermano Hernando, quien siempre la apoyó y ayudó. A los doce años se mudó con su familia hacia Quives, un pueblo a 60 kilómetros de Lima, ubicado en el valle del río Chillón. Es aquí donde recibió la confirmación de manos del futuro santo católico Toribio de Mogrovejo, su padrino fue el sacerdote del pueblo Francisco González. Es en Quives donde, al parecer, empezó con sus mortificaciones contrayendo un reuma muy fuerte, con consecuencias dolorosas para su recuperación, que ella ocultaba a su madre.
¿Por qué los cristianos se mortifican?
La mortificación pertenece a la esencia misma del cristianismo: no hay cristianismo sin cruz. Así consta en la Sagrada Escritura y así lo vivieron los cristianos desde el comienzo.
Una aclaración. Los cristianos no estamos locos. Nadie piense que sentimos placer en el dolor -nos duele como a cualquiera, aunque obviamente con el tiempo uno se acostumbra-. Tampoco pensamos que es un “precio” que hemos de pagar por nuestra salvación.
Nos mueve el amor. Siendo el primer mandamiento el amor a Dios (Mt 22,37-40) -y a fin de cuentas el único, ya que todos los demás se dirigen a eso- no podía ser de otra manera: nos mortificamos por amor: como expresión de amor y para hacernos capaces de amar mejor.
Y, aunque es muy necesaria, la mortificación está muy lejos de ser la principal práctica cristiana. Tiene una función de purificación interior, y, por lo mismo no es un fin en sí misma: nos purificamos para ser más gratos a Dios y disponernos a ser más dóciles a la acción del Espíritu Santo.
La mortificación sólo tiene sentido y valor en un contexto de amor a Dios.
Quien se mortificara por otros motivos -por soberbia o vanidad, para sentirse puro, superior, o lo que sea- perdería todo el mérito de su acción, que quedaría vaciada de contenido.
Y la verdad es que tampoco es para tanto… No somos mártires, ni nos sentimos héroes, ni víctimas. Nos parece que es lo menos que podemos hacer por quien ha sufrido tanto por nosotros.
Más sobre la mortificación https://www.anecdonet.com/09/01/la-oracion-del-sacrificio/