Duela a quien le duela, la verdad sobre la relación con los padres a menudo se convierte en un terreno complicado donde la hipocresía y el egoísmo pueden manifestarse con sorprendente claridad. En la dinámica familiar, es común que los hijos se cuestionen la validez de sus esfuerzos y aportaciones en función del comportamiento de sus hermanos. La mentalidad de «¿Para qué voy a contribuir si mis hermanos no lo hacen?» o «Si ellos no están ayudando, ¿por qué debería hacerlo yo?» refleja una falta de comprensión profunda sobre el verdadero significado de la responsabilidad filial.
La realidad es que la relación con los padres no debe depender de la participación o la ausencia de los demás miembros de la familia. La esencia de ayudar a tus padres radica en el acto desinteresado de dar, sin esperar que los demás hagan lo mismo. Contribuir a su bienestar no se limita únicamente a cuestiones monetarias; es fundamental recordar que lo más valioso es el tiempo, el cariño y la compañía que se les ofrece.
En la vida cotidiana, hay muchas formas en las que puedes apoyar a tus padres. No se trata solo de contribuir económicamente, sino de brindarles tu tiempo y atención. Una conversación durante el desayuno, una ayuda en las tareas del hogar, o simplemente estar presente para ellos puede ser de gran valor. Pregunta qué necesitan, cómo puedes ayudar, o simplemente pasa una tarde agradable con ellos y con tus hijos. Esos momentos significan mucho más de lo que podría reflejar un simple aporte financiero.
Sin embargo, en la práctica, muchas personas encuentran excusas para no involucrarse: «No tengo dinero», «Ella o él tiene pensión», «No soy su único hijo», «No tengo tiempo para verlos», «Tengo mucho trabajo», «Se me dificulta ir», «Viven demasiado lejos». Estas excusas, aunque aparentemente razonables, son una forma de evadir la responsabilidad real y el deber de cuidar a quienes nos dieron la vida.
Lo paradójico y doloroso es que, cuando finalmente se presenta la pérdida de uno de nuestros seres queridos, es en esos momentos cuando aparentemente encontramos tiempo y recursos. Nos encontramos buscando dinero, organizando el trabajo, y haciendo todo lo posible por estar presentes en el velorio y el sepelio. Sin embargo, en esos momentos, nuestros padres ya no pueden vernos, escucharnos, sentirnos, ni abrazarnos. La presencia que en vida no supimos brindar, se convierte en una carga de remordimiento en el momento de su partida.
La lección fundamental aquí es que el trato que ofrecemos a nuestros padres hoy será reflejado en el trato que recibiremos de nuestros propios hijos en el futuro. La gratitud con la que ayudemos a nuestros padres es el mismo tipo de gratitud que nuestros hijos nos ofrecerán cuando llegue nuestro turno. El mandato de honrar a nuestro padre y a nuestra madre, como se menciona en Efesios 6:2, no es solo un consejo espiritual, sino una guía práctica para asegurar una vida plena y duradera.