John Henry Newman fue un converso ilustre de la iglesia de Inglaterra. Se atrevió, tuvo la osadía de enfrentarse al orden establecido y de tomar una decisión escandalosa, abandonar la iglesia anglicana y entrar en la Iglesia católica, llegando hasta el cardenalato. Fue un hombre de letras, filósofo y escritor prolífico, había nacido en Londres en 1801 y murió en Birmingham en 1890, después de una vida dilatada, plena y azarosa, al servicio de la verdad. Era hijo de una familia de siete hermanos, de madre hugonote que le educó en el calvinismo a su manera. A través del Movimiento de Oxford fue el artífice del resurgimiento religioso aunque provocó un verdadero terremoto y la conversión de muchos al catolicismo.
Es un autor grande, original, refinado en su estilo, y de gran vitalidad, también expresada en sus escritos. Fue una persona profundamente religiosa e inquieta, con una piedad demostrada en sus escritos y en su predicación, porque también era un gran comunicador.
Ya antes de su conversión, era muy crítico con el catolicismo y rebatió el anglicanismo y el agnosticismo, definiendo las raíces del verdadero cristianismo que buscaba con tanto ahínco. Podemos resumir su vida y su obra como una demostración de su profundo amor a la Iglesia, un amor reverencial, profundo e incondicional. Como hombre de gran cultura, cultivo también la poesía. Era imaginativo y algo supersticioso siendo niño, pero poco a poco desde la adolescencia fue robusteciendo su personalidad, punto central de sus escritos, una de sus grandes preocupaciones. Era un lector voraz que pronto demostró sus dotes intelectuales en la Universidad de Oxford. En un momento de su vida renunció a la abogacía para dedicarse a la vida religiosa. Sus convicciones calvinistas le dejaban vacío, sin aquella plenitud que él buscaba. Elitista en sus convicciones políticas, hijo de su tiempo, desconfiaba de las masas. Viajó por gran parte de Europa y quedó impresionado por la ciudad de Roma.
Fue un escritor incansable preocupado por la reforma de la iglesia inglesa, pedía una vuelta a la iglesia primitiva porque la crisis anglicana era evidente. Newman se presentaba como un verdadero conciliador entre los elementos católicos, y anglicanos aunque era muy crítico con la Iglesia de Roma. Entró de lleno en las polémicas nominalistas de Oxford, poco a poco se fue separando de la iglesia anglicana, y en 1841, se dedicó a vivir con extrema austeridad, llevando una vida ascética y poniendo en peligro su salud. También en Newman, en los conversos siempre vemos la mortificación y la penitencia, antes o después de la conversión, siempre el silencio y la oración, porque a Dios se le encuentra y se le «siente» en el silencio, Dios habla en el silencio para que el alma se abra a Dios.
Después de varios años de retractarse de sus escritos contra la Iglesia de Roma, el 9 de octubre de 1845, fue recibido por un padre dominico, en la Iglesia. Fue un escándalo enorme, no aceptado por los anglicanos. Le consideraron siempre, un traidor, aunque en el fondo le admiraban por su claridad, su doctrina y su valentía. La conversión partió su vida en dos etapas parecidas en su duración, pero no en su contenido. Esa conversión tuvo una resonancia enorme, y muchos, también ilustres escritores y profesores, le siguieron, aunque al principio, Newman tuvo que sufrir las críticas anglicanas y el recelo de la Iglesia, porque Newman se había distinguido como un crítico contra el catolicismo. Fue calumniado y criticado, fue llevado a los tribunales y condenado, pero el veredicto se anuló y se reconoció el error judicial, por eso los periódicos de más prestigio alabaron el estilo prudente y conciliador de Newman y su dignidad en todo aquel proceso, aumentado entre los ciudadanos su admiración por él.
Durante 20 años, de 1850 a 1870, muchos de sus proyectos fracasaron, y su inquietud por reformar la universidad fue en aumento. Sus proyectos biblistas y editoriales fueron saboteados por intereses rastreros de ciertos editores y colaboradores.
Se le considera un gran escritor en lengua inglesa, conocedor de los clásicos, también una característica constante en los literatos e intelectuales; fue un pensador de gran lucidez pero creía que no existía aún la preparación suficiente entre los científicos y filósofos para reconciliar la razón y la fe, la ciencia y la religión.
Newman es un don y un testimonio perenne. Supo atender la llamada de Dios, servirle con una personal dedicación. Como Tomás Moro, «pertenece a todas las épocas, a todos los lugares, a todos los pueblos»(Carta de Juan Pablo II en el II Centenario del Nacimiento del Cardenal Newman, 22 de Enero del 2001). Newman nació en tiempos difíciles, de grandes cambios, tiempos de cuestionar y de batirlo todo, tiempos de racionalismo beligerante. Newman consiguió una síntesis de fe y razón.»
La contemplación apasionada de la verdad lo llevó a una aceptación liberadora de la autoridad, que tiene sus raíces en Cristo» (Carta de Juan Pablo II). Cristo era su luz, Cristo era la verdad que había buscado y encontrado. Fue una búsqueda dolorosa porque perdió amigos, le enfrentaron con todos y a casi todo, fue calumniado y perseguido, pero confiaba en Dios: «Él sabe lo que hace». Cada prueba fortalecía más su fe, convencido de la acción misteriosa de Dios «que no hace nada en vano». Estuvo siempre maravillado del misterio de la cruz, siguiendo la tradición de San Pablo, enamorado de la cruz, ayuda en la conversión y camino de la vida eterna.