¿Se puede evitar el despiste? Tiene algo que ver con la diligencia. Cuando uno lucha, se empeña en poner atención hay menos «accidentes».
Un ejemplo de despiste.
Nuestro hombre era el plusmarquista mundial del despiste. Llegó a un hotel y dijo: «Quiero una habitación con vistas al mar».
‑¡Con vistas al mar! ¿Aquí en Segovia?
Y nuestro hombre hizo un gesto de resignación: «¡Vaya!¡Ya he vuelto otra vez a equivocarme de tren!».
– Bueno, no me acuerdo
Y estos otros se refieren a sabios matemáticos…
Alberto P. Calderón es gran matemático creador de una potente escuela de matemáticas en Argentina. Impulsa un renacimiento de las matemáticas en Iberoamérica.
Descubrió su afición de niño de modo muy curioso. Uno de sus profesores decidió en cierta ocasión perdonarle un castigo que le había impuesto si conseguía resolver un problema de geometría. Calderón recordaba que: «El problema me sedujo y despertó en mí una avidez por resolver más y más problemas semejantes. Este pequeño incidente puso claramente de manifiesto cuál era mi vocación y tuvo una influencia decisiva en mi vida».
Ojalá todos los castigos tuvieran tanta utilidad.
Pues bien. Calderón fumaba bastante. Una vez se encontraba dando una clase con gran concentración teniendo la tiza en la mano derecha y un cigarrillo en la izquierda. Hubo un momento en que tenía que borrar la pizarra y entre el borrador, el cigarrillo y la tiza, acabó con el cigarrillo en la mano derecha y la tiza en la izquierda (cambiados de mano). En esos momentos Calderón pensaba en el próximo paso de la demostración.
Los estudiantes no tardaron en cruzar apuestas sobre si escribiría con el cigarrillo o si antes chuparía la tiza. Ganaron los que apostaron por esta última posibilidad. La solemnidad de la demostración impidió la carcajada general, pero no el espectáculo de contemplar al profesor durante el resto de la hora explicando teoremas con los labios totalmente blancos.
De Norbert Wiener (considerado fundador de la cibernética) se cuentan montones de anécdotas. Se dice que en cierta ocasión se enfrascó en un debate con una de sus alumnas. Al terminar éste le preguntó:
– Por favor, dígame ¿de qué lado del pasillo venía yo cuando me encontró?
– Desde aquel lado profesor – respondió ella.
– ¡Ah! Entonces iba a cenar.
Pero la más divertida es la narrada por S.G. Krantz. En cierta ocasión cuando los Wiener se mudaban, su esposa le avisó con varias semanas de anticipación y la víspera se lo recordó nuevamente. Al salir a trabajar, su consorte, que conocía lo distraído que era, le puso en un papel la nueva dirección de su hogar, dado que allí tendría que dirigirse, ya que esa misma mañana la mudanza comenzaría.
Durante el día Wiener usó el papel para borrajear una respuesta a un alumno que le había hecho una consulta matemática. Al salir lo hizo, como siempre, a su antiguo hogar y por supuesto encontró la casa vacía. Intentando llamar y ver a alguien de dentro se percató que no había muebles. Minutos más tarde recordó que la familia se había mudado y no desaparecido, como temía en un principio. Así que pensó en buscar ayuda y se acercó a una niña que lo miraba desde la acera.
– Niña ¿podrías decirme dónde se ha ido la familia que vivía en esta casa?
La niña le respondió.
– No te preocupes papá: mamá supuso que perderías la nota y me envió a buscarte.
Un matemático despistado y una esposa previsora. Está claro que hacían una excelente pareja.
Fuente:
«Los matemáticos no son gente seria», Claudi Alsina y Miguel de Guzmán