En la sagrada tradición de la Iglesia Católica, veneramos a los padres de la Virgen María, San Joaquín y Santa Ana. Esta noble y piadosa pareja, descendiente del linaje del rey David y de la tribu de Aarón, era conocida por su profunda fe y su amor por Dios.
Desde su nacimiento, María irradiaba la gracia divina y la pureza de corazón, preparada por Dios para ser la madre del Salvador, Jesús.
San Joaquín y Santa Ana, conscientes de la sagrada misión de su hija, la criaron con amor y dedicación, inculcándole los valores y principios de la fe. María creció en un ambiente de santidad, aprendiendo desde temprana edad a amar y adorar a Dios.
San Joaquín y Santa Ana son modelos de virtud y ejemplo de padres piadosos, cuyo amor y cuidado prepararon el camino para que María cumpliera su misión sagrada en la historia de la salvación.
En la Iglesia Católica, honramos a San Joaquín y Santa Ana como intercesores poderosos y ejemplos de vida santa. Su papel en la vida de la Virgen María y en la preparación para el nacimiento de Jesús es un testimonio vivo de la fidelidad y la providencia divina.