Cuentan que un día un campesino le pidió a Dios que le permitiera mandar sobre la Naturaleza para que, según él, le rindieran mejor sus cosechas.
Entonces cuando el campesino quería lluvia ligera, así sucedía; cuando pedía sol, éste brillaba en su esplendor; si necesitaba más agua, llovía más regularmente.
Pero cuando llegó el tiempo de la cosecha, su sorpresa y estupor fueron grandes porque resultó un total fracaso.
Desconcertado y medio molesto le preguntó a Dios el motivo del fracaso, si él había puesto los climas que creía convenientes.
Dios le contestó: – «Tú pediste lo que quisiste, más no lo que de verdad convenía. Nunca pediste tormentas, y éstas son muy necesarias para limpiar la siembra, ahuyentar aves y animales que la consuman, y purificarla de plagas que la destruyan.»