Esta genealogía comienza en el siglo XVIII. cuando un grupo de jóvenes, hombres y mujeres, adoptaron primero la moda exagerada de la corte francesa y más tarde la de la de esa particular aristocracia de París nacida con la Revolución y el Imperio napoleónico que exageró los cuellos de las camisas y el corte de las levitas, complicó el nudo de la corbata, estrechó los pantalones hasta el extremo y sustituyó el miriñaque por las túnicas griegas.
Petimetres y petimetras, currutacos y currutacas, lechuguinos y lechuguinas, cursis antes de los cursis que establecían unos modelos de masculinidad y feminidad que se escapaban de la norma del momento y fueron juzgados, temidos y ridiculizados como más tarde lo serían los y las cursis que pretendían saltarse las fronteras de clase y de quien heredaron ese interés por las modas y los modos.
Esa pretensión siempre acababa mal. No hay ningún personaje cursi que cumpla sus aspiraciones en la literatura de la segunda mitad del siglo XIX o de comienzos del siglo xx. Era castigado siempre.
Los cursis copiaban las actitudes y el gus- to de esas clases a las que no pertenecían y que les excluían.
Los aristócratas nostálgicos buscaban sus modelos en Versalles, los modernos en París: los que eran burgueses miraban a la nobleza y compraban bibelots con los que adornar sus casas igual que palacios en las ventas de las desamortizaciones; los que pertenecían al proletariado aspiraban a la clase media y hurgaban en los rastros o compraban imitaciones de aquello que no podían conseguir.
Los manuales de «buenos modales» se convirtieron en éxitos de ventas y los libros en los que se enseñaba a escribir con cursiva, esa letra que venía de fuera y que se estaba imponiendo y era muy difícil de imitar por sus floreos, se multiplicaron.
Como afirmó José Ortega y Gasset: «Si se analizase, lupa en mano, el significado de cursi, se vería en él concentrada toda la historia española de 1850 a 1900. La cursilería como endemia solo puede producirse en un pueblo anormal- mente pobre que se ve obligado a vivir en la atmósfera de un siglo XIX europeo, en plena democracia y capitalismo».
Pero la cultura de la cursilería no acabó con el cambio del siglo, sino que se puede rastrear a lo largo del siglo XX -Ramón Gómez de la Serna la encontró- y llega incluso hasta hoy. Aunque quizás lo hace de otro modo, en algunos casos de forma más consciente, como sucede con Costus y ese jarrón de caniches y boxers con alas y lazos azules. La historia de lo cursi tiene que ver con la ruptura de las normas, con las de lo que es propio y lo que viene de fuera, con las de clase y también con las de género.
El Diccionario de la Real Academia Española de Lengua define cursi como: “1. adj. Dicho de una persona: Que pretende ser elegante y refinada sin conseguirlo. U. t. c. s. / 2. adj. Dicho de una cosa: Que, con apariencia de elegancia o delicadeza, es pretenciosa y de mal gusto”. Parece entonces que lo cursi se caracteriza, como señalaba el personaje del marqués en la comedia Lo cursi de Jacinto Benavente, por ser lo contrario de aquello que se pretende ser.
La palabra cursi tiene un origen disputado y una difícil traducción a otros idiomas. Apareció en la lengua española a comienzos del siglo XIX. Algunos buscan su etimología en la abreviatura de cursiva. La cursiva era un tipo de caligrafía que se puso de moda por influencia de Inglaterra a finales del siglo XVIII pero que resultaba muy difícil de imitar. Otros lo encuentran en dos personajes que han adquirido casi el carácter de mito: las hermanas Sicur de Cádiz. Se contaba, si existieron, que estas dos hermanas copiaban la moda de París y la exageraban. Los adornos ocultaban las manchas, los desgarrones y los brillos de unos vestidos que el tiempo había desgastado y ellas no podían renovar. Su aspecto se volvió ridículo y, cuando paseaban, las gritaban: ¡Sicur! ¡Sicur! ¡Sicur! ¡Sicur! De este modo, por la repetición, su apellido invertido se convirtió en sinónimo de ridículo. Esta historia sobre el lenguaje oculta un relato que tiene que ver con el modo en el que se construye el género y también con una cuestión de clase. A partir de ahí, los cursis fueron aquellas y aquellos jóvenes de clase media baja o clase baja que imitaban las formas de la burguesía adinerada y la aristocracia. En la Filocalia o el arte de distinguir a los cursis de los que no lo son, escrito por los conservadores Francisco Silvela y Santiago de Liniers en 1868, año de la Revolución Gloriosa, “el imperio de la cursilería es uno de los peligros de la revolución. Significa la invasión por las masas del terreno artístico, poético, monumental e indumentario”. Como afirma Noëll Vallis, “lo cursi resulta de desplazamientos sociales indeseables”.
Relacionado con otros términos como los de kitsch y camp, lo cursi pretende definir un cierto tipo de mal gusto que tiene que ver con la idea de copia degradada. La idea de esta exposición es trazar una genealogía de a qué ha estado asociado este término siguiendo una metodología próxima a la de los estudios de cultura visual. La exposición muestra principalmente productos de la cultura popular desde abanicos, muebles u objetos decorativos, pasando por libros, fotonovelas, cómics, postales, carteles publicitarios, anuncios de obras de teatro, fotografías de escena y obras de arte.
Elogio de lo cursi está comisariada por Sergio Rubira, profesor de Historia del Arte en la UCM. Forma parte del comité de adquisiciones del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. Es comisario independiente, entre sus últimas exposiciones se encuentran Las tácticas barrocas (Museos históricos de la Comunidad de Madrid); Bilduma HAU Colección en Artium, Vitoria, Metamorfosis del ser, Círculo de Bellas Artes, Madrid, y la individual de Cristina Lucas, De ida y vuelta, en el CAAC, Sevilla. Es colaborador de El Cultural de El Español. Ha sido subdirector de Colección y exposiciones del IVAM, Valencia. Ha comisariado exposiciones en ARCO, DA2, CGAC, CA2M, La Panera, Temporary Gallery, Centre d’art Santa Mònica, entre otros. Ha escrito en numerosas publicaciones de instituciones como el MUDAM, Luxemburgo; Centre Pompidou-Metz, la Bienal de Venecia, PS1-MoMA, Nueva York, Tranzit, Praga, o el FRAC Bourgogne, Dijon, entre otros.
Diseño museográfico: Pedro Pitarch
Diseño gráfico: José Duarte
Más información: https://www.centrocentro.org/exposicion/elogio-de-lo-cursi