VIRUTAS DE MADERA PRECIOSA:
«Quien ama no querría cambiarse en ninguna otra persona, ni mejor ni peor. Quien no puede humillarse ante sí y ante su amada, no ama» (S. Kierkegaard)
O todos o ninguno.
Un niño de unos nueve años, un domingo recuerda a su padre que hay que ir a misa.
– Hoy no vamos – dice el padre-. Yo tengo otras cosas que hacer.
– Pero, papá, -insiste el niño- es que hoy tenemos obligación de ir. Lo manda el tercer Mandamiento de la Ley de Dios.
– No te preocupes. Eso no tiene importancia. Ya iras otro día. El pequeño se calla.
Pero al poco rato interviene de nuevo:
– Oye papá, si el tercer Mandamiento no tiene importancia, el cuarto aún debe importar menos.
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Los Mandamientos no son un capricho de Dios, ni unos obstáculos que nos coloca en nuestro camino. Son algo así como las señales de tráfico en la carretera. La señal no crea el peligro; simplemente, lo señala, lo avisa; el peligro está ahí. Dios, porque nos ama, nos indica lo que nos conviene, lo que es bueno para nosotros y lo que no. Darnos, indicarnos los Mandamientos es una prueba de amor. Y la respuesta lógica, por nuestra parte, debería ser el agradecimiento. No conviene confundir fácil o agradable con bueno. Ni tampoco costoso con malo. Normalmente las cosas buenas, cuestan.