Josefina Vilaseca, ejemplo de mártir en el mundo de hoy
Horta d’Avinyó, en el Bages, veló la capilla ardiente de una niña que murió por las heridas que le provocó un agresor enloquecido por la pasión. Eran los años cincuenta. “El entierro –explicaba Mn. Josep Puig- fue un acto multitudinario y con representación de gente de todo el Principado. El fervor popular pidió el inicio de la causa de beatificación y la concurrencia de gente hacia su tumba eran un acontecimiento semanal… Muchos pedían su intercesión, las gracias comenzaban a contarse por decenas y su ejemplo era contado por todos lados. Luego vino la gran defección de los años 70. Se quiso cambiar de modelos, fueron sustituidos por una permisividad y se tergiversó la categoría de los valores. La castidad, la pureza, se relacionó con un temible tabú superado, se acabó por olvidar la gesta del sacrificio cruento de la Josefina Vilaseca… A cuarenta años de este acontecimiento, cuando ya se ha logrado borrar de la memoria colectiva un recuerdo tan interesante, una virtud tan agradable a Dios y a los hombres, ¿no sería interesante hacer resurgir un recuerdo de un hecho tan ejemplar?” Ahora, unos años después de las palabras que hemos citado, la causa se está llevando adelante otra vez en el obispado de Vic, después del lapsus de muchos años.
Continúa esta historia de una niña mártir…
La proclamación de los mártires sirve de modelo especialmente en una sociedad sin ideales. Vamos viendo los límites de las teorías de una libertad sin límite. Víktor Frankl decía que a los Estados Unidos les falta una estatua, que complete la dedicada a la libertad: habría que levantar en la otra costa la de la responsabilidad, pues una sin la otra no pueden vivir. La verdad de la persona queda enaltecida cuando vemos gente capaz de morir por un ideal; que no se dejan llevar por la corriente, por las circunstancias. Estamos en un tiempo donde la “dictadura de la mayoría” marca el pensamiento de tantos, sobre los derechos de la persona (temas de familia, de la vida en su inicio o final), y la figura de Jesús y de los otros mártires se levanta como símbolo de verdad (como también Sócrates, a otro nivel), son modelos necesarios para marcar el norte de la dignidad humana. Por eso todo el Principado se levantó enardecido de admiración por el gesto sublime de aquella niña, que nos recuerda aquella otra que muriendo también en manos de un joven cegado por la pasión, exclamó a su asesino: «Que Dios te perdone, como yo te perdono» (Maria Goretti, canonizada en 1950). Es una paradoja, en la era de Freud (el psicoanálisis y la sociología nos hablan de esa libertad de dejarse llevar por las pasiones)… en este tiempo de la exaltación incondicional del sexo, una mártir de la pureza es algo que impacta.
Puede venirnos al pensamiento que “no hay que exagerar”, pero hay también oímos una voz interior que nos habla de una verdad que se refleja también en el cuerpo transmitiéndole como algo sagrado, un respeto que viene de Dios, y que hay cosas que están por encima de la muerte. La Iglesia promueve que estos testigos (“mártir”, en griego) conecten con el espíritu de los primeros cristianos, como la pequeña Inés en el siglo III (“Agnetis” quiere decir “la doncella del cordero”), que cuando a sus doce años sentía una llamada de amor en su interior, rechazó otras ofertas, diciendo «he sido solicitada por otro Amante»; defendió su pureza y eso le costó la muerte, en pie dejó segar su cabeza y así «la muerte llegó antes de que el dolor» (dice de ella s. Ambrosio, que añade que «fue coronada no de flores, sino de gracia y castidad»). Hay también otros mártires de la pureza en nuestros tiempos, como Corpus Sola, valenciana.
Estas tres chicas de 12 años son una encarnación de la santidad en el seguimiento de Jesús, en un tiempo de escasez de fe. Acuerdo un 21 de enero en Roma, día del martirio de Santa Inés, delante de sus reliquias en la majestuosa iglesia que edificó en honor suyo Borromini en piazza Navona, y allí estábamos muchos pidiendo a Dios y a la intercesión de la pequeña Inés la fuerza y la fe de los mártires.
Llucià Pou Sabaté