Aquella noche, mis tíos estuvieron hablando sobre tesoros ocultos de fallecidos. Tesoros que en días de luna llena se dejan ver por personas con suerte, apareciéndose en circunstancias inimaginables. Así, luego de la cena teníamos que caminar mis primos y yo unos tres kilómetros y medio a dormir en otra casa porque no habían camas suficientes donde estábamos cenando. En el camino, en plena luna llena, se nos cruza en el camino, en una de las quebradas del trayecto, un enorme cerdo blanco que creimos era uno de los tesoros citados. Entonces, como el secreto estaba en tirarles con alguna prenda de ropa según lo dijeran momentos antes, para que recobre el tesoro su apariencia de cofre tiramos al puerco casaca, sombrero y chompa, pero nada de convertirse en tesoro y por el contrario huyó con la chompa que después recuperamos hecha girones a unas cuadras más abajo; al día siguiente en premio por el intento de hacernos del tesoro del cerdo mi tía molió a latigueras a uno de mis primos por no cuidar su ropa sin creer lo de nuestra aventura que para ella solamente se trataba de una tomadura de pelo.