Conversión de Manuel Azaña Díaz
Una niña ofreció su enfermedad por la conversión de Manuel Azaña
Mª Carmen González Valerio tenía sólo 6 años cuando perdió a su padre, asesinado en la Guerra Civil. Desde entonces, empezó a rezar por la conversión de los asesinos de su padre y entregó su vida a Dios. Murió a los 9 años y ofreció sus dolores por la conversión de Manuel Azaña. Entre todas las tramas y decisiones políticas de la Segunda República nació una niña que rezaría por el presidente Manuel Azaña, que años después, según el obispo de la diócesis que le atendió, llegaría a convertirse, ya en su lecho de muerte. Mientras en la calle se vivía una una de las etapas más trágicas de la historia de nuestro país, en la que se quemaron multitud de conventos e iglesias y se extendió la persecución de los cristianos, en 1930, en una casa humilde de Madrid, nacía María del Carmen González Valerio, la segunda de cinco hermanos. Hoy, esta niña de nueve años es Venerable por decisión de Juan Pablo II y se encuentra en proceso de beatificación a causa de sus virtudes heroicas.
Azaña durante la guerra civil (VII-36 a V-39). Por primera vez en Europa occidental Azaña incorpora al Gobierno dos comunistas (J. Hernández y V. Uribe) y los sovietófilos F. Largo Caballero como Presidente, y J. Alvarez del Vayo. En diez mil cajas se traslada el oro del Banco de España a Rusia, aunque Azaña dice que no se enteró. Huye a Barcelona y escribe: «Cataluña está en plena disolución» (20-V-37). Nombra presidente del Gobierno a J. Negrín en quien pone grandes esperanzas, pero pronto las pierde. Escribe que protesta contra 45 condena a muerte cuyas sentencias firma, y se lamenta: «desde noviembre de 1936 soy un presidente desposeido» (15-IV-38). Finalmente, reconoce: «ha desaparecido el Ejército» (l5-I-39); pero la inútil resistencia roja prosigue seis semanas más.
En el último capítulo el autor estudia la conversión de Azaña al catolicismo en su lecho de muerte, y entiende que los documentos disponibles son probatorios de esta reacción postrera del antes perseguidor de la Iglesia. Es la misma conclusión a la que llegó en «Razón Española».