Basta con los milagros de la Escritura…
Con frecuencia hemos oído que nos basta con creer lo que dice la Escritura Santa para amar a Dios y, por ende, ir al Cielo.
Por otra parte, personas que han visto milagros, luego han abandonado a Dios (ese es, por ejemplo, el caso de Judas, que anduvo con otro colega, por ahí echando demonios en las andanzas de los setenta y dos aparte de haber visto tantos milagros de primera mano). Por eso los cristianos, no son muy dados en basar su fe en sucesos extraordinarios, a parte de aquellos que figuran narrados por testigos presenciales en el Evangelio (son tan escuetos por que a su vez son narrados a testigos presenciales, por lo que evitan detalles innecesarios).
Hay otro tipo de personas que negaran siempre cualquier evidencia: aunque el sol baile, aunque resucite un muerto en sus propias narices, siempre, siempre lo negarán…
Pero son otros los que a veces reclaman un signo de lo sobrenatural. Es por ellos por los que de vez en cuando contamos signos de la actuación extraordinaria de Dios, como la anécdota histórica que sigue…
¡Cuida por dónde caminas!
Un hombre fue a San Giovanni Rotondo para conocer al Padre Pío pero era tal la cantidad de gente que había que tuvo que volverse sin ni siquiera poder verlo. Mientras se alejaba del convento sintió el maravilloso perfume que emanaba de los estigmas del padre y se sintió reconfortado.
Unos meses después, mientras caminaba por una zona montañosa, sintió nuevamente el mismo perfume. Se paró y quedó extasiado por unos momentos inhalando el exquisito olor. Cuando volvió en sí, se dio cuenta que estaba al borde de un precipicio y que si no hubiera sido por el perfume del padre hubiera seguido caminando…
Decidió ir inmediatamente a San Giovanni Rotondo a agradecer al Padre Pío. Cuando llegó al convento, el Padre Pío, el cual jamás lo había visto, le gritó sonriendo:- “¡Hijo mío! ¡Cuida por dónde caminas!”.