Cuando los niños dicen ¡Oh!
Marcos 14, 22-24:
Mientras cenaban, tomó pan, y después de bendecir lo partió, se lo dio a ellos y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. Y tomando el cáliz, habiendo dado gracias, se lo dio y bebieron de él todos. Y les dijo: Esta es mi sangre de la Nueva Alianza, que será derramada por muchos.
Sigue con una anécdota…
El estribillo de una canción italiana reciente es cuando los niños dicen ¡oh!
En el camino que el pequeño Ioseph recorría para ir al colegio había una tienda de juguetes. Cada vez que pasaba se quedaba fascinado al contemplar un osito de peluche que había en el escaparate. En su rostro asomaba el asombro al contemplar la belleza del muñeco: ¡Oh!
El último día antes de las vacaciones de Navidad, cuando volvía del colegio, se detuvo a mirar. Su asombro diario se tornó en conmoción: ¡Ooh! Apenado marchó a su casa.
Pero el asombro se convirtió en emoción gozosa cuando el 25 de diciembre se encaminó con ilusión de niño hacia el árbol de Navidad, y descubrió que el regalo que le esperaba era el osito: ¡Oooh! A partir de aquel momento era su osito.
Han pasado los años y muchas cosas. Ioseph ha crecido. Viste de blanco y se llama Benedicto XVI. En la fiesta del Corpus Christi le he visto con mirada asombrada -¡Ooooh!-, contemplando y adorando a Jesús, realmente presente en la Eucaristía, viviendo lo que aconseja: «conservad en vuestro corazón la capacidad de asombraros y de adorar» (Benedicto XVI, Czestochowa 26.V.2006).
«Cuando los niños dicen ¡Oh!
Así cada cosa nueva es una sorpresa
Qué maravilla, qué maravilla,
Mira que tonto soy que me avergüenzo un poco,
porque ya no sé seguir diciendo Ooooooh,
y hacer todo como me pilla,
porque los niños no tienen pelos en la panza ni en la lengua»
(traducción de Cuando i bambini fanno Oh, de Giuseppe Povia)Borja Armada