Índice

1. ¿Evolución biológica o evolución cultural?

2. ¿Dónde, cuándo y desde qué antecesor aparecen los hombres?

3. ¿Cómo ocurre la evolución biológica?

4. ¿Para qué y porqué de la evolución humana?

5. ¿Qué es lo específicamente humano de la corporalidad?

6. ¿Cómo se manifiestan las facultades específicamente humanas?

Se recoge aquí el texto de una conferencia pronunciada en febrero de 2007 en la Universidad de Navarra. La sesión impartida formaba parte de un Curso de Doctorado Interdisciplinar “Antropología de la Educación Universitaria”.

Se han intercalado en el texto de la conferencia, las preguntas y respuestas de una entrevista realizada a la autora por David Armendáriz, profesor el Instituto de Antropología y Ética, que no se había publicado.

Las respuestas a las diez cuestiones planteadas tienen como trasfondo dos libros recientes: “La dinámica de la evolución humana. Más con menos” publicado en EUNSA, y “Cerebro de mujer y cerebro de varón”, de la editorial Rialp.

Se pretende aquí divulgar los orígenes y evolución de la humanidad, desde la perspectiva de la integración personal de la autora, de los conocimientos actuales de la Biología humana y de la Antropología cristiana.

Una opinión, y algunas sugerencias, a preguntas que todos nos hacemos acerca de lo que la revelación judeocristiana y la ciencia aportan a una historia, que a nadie le es indiferente.


1. ¿Evolución biológica o evolución cultural?

La historia del mundo natural tuvo origen en el momento preciso en que arranca el tiempo; un “antes” no existe, porque no había tiempo. Y la historia posiblemente comenzó de la forma que describe la explicación científica conocida como Big bang.

Conocemos, podemos decir que bastante, acerca de cómo han aparecido los vivientes en la Tierra. Se ha descubierto que el genoma de cada especie, que hoy vive, es un registro fósil de los cambios acaecidos en los antecesores y eso nos permite pasar de la elucubración a las hipótesis. Sin embargo, las teorías evolutivas tienen por lo general un problema de fondo: se suele contar la historia de las controversias debidas a tomar las explicaciones de las partes por la explicación del todo. Incluso un todo que está, a veces, fijado de antemano: o todo por casualidad, o todo prefijado. En el caso del origen de los hombres, a estas diferencias de planteamiento, se suma la diferente visión de ser humano y por ello, la diferencia del nivel a que intentan explicar cómo entienden que los hombres aparezcan en la historia evolutiva: como individuos de una especie más o cómo miembros de la familia humana, de la estirpe de los hombres.

En el origen de cualquier especie están siempre los cambios que aparecen en el genoma. Después, y con mayor o menor intensidad, se pueden seleccionar dentro de una población algunos individuos, por el hecho de que sean portadores de pequeñas variaciones genéticas que les supongan poseer unos caracteres por los que se adaptan mejor al entorno que los que no los tienen. Estos individuos se reproducen más que los que no tienen esa característica. De esta forma, los cambios del entorno ponen a prueba lo aparecido mediante este mecanismo conocido como “selección natural”: mejora y optimiza las funciones naturales al paso que elimina de la historia evolutiva a los individuos menos aptos, a base de que éstos dejen, de hecho, menos descendientes.

La especie humana ha tenido su origen biológico en unos cambios genéticos, como el resto de las especies. Sin embargo, esos cambios son tan peculiares que dan lugar a un organismo tan especial como es el cuerpo humano. Un cuerpo que es inexplicable e impensable desde la mera biología porque no está especializado para vivir en un entorno; no tiene caracteres que le especialicen a un nicho ecológico; ¡tiene mundo! Además, la estirpe humana tuvo, tiene, y parece seguir teniendo, el futuro evolutivo conducido, no por el medio en que vive la especie, sino por la técnica que inventa, el arte del trabajo, la comunicación interpersonal, y un largo añadido. Un plus: cada uno de los hombres posee plus de realidad que le pertenece e él y no a la especie en general.

Así, una vez aparecidos los primeros hombres, la selección natural ha jugado un papel muy secundario; prácticamente nulo en la historia de la humanidad. Desde que aparece el primer hombre la historia ha consistido en una evolución cultural. Por ese plus humano, cuyas manifestaciones podemos englobar con el término cultura, el hombre se hace capaz de manipular el entorno y adaptarlo a las formas de vivir que elige, y no al revés, que es lo natural para los individuos del resto de las especies. Los miembros de la estirpe humana eligen su forma de vida en los límites abiertos y amplios de su relación con los demás seres, sin quedar atrapados en la estrechez de un nicho ecológico.

Por ello, la historia de sus orígenes no puede ser una narración que empiece y acabe en el mismo “punto inicial y final” que la historia evolutiva de las otras especies. Estas aparecen, duran y quedan ancladas como paleoespecies; o, duran y cambian y dan paso a otras; o, sencillamente se extinguen mientras otras permanecen en las mismas circunstancias. Cada ser humano es una novedad radical y cada uno tiene su propia biografía dentro de la historia de la humanidad. Cada hombre es novedad y no sólo la especie. Cada uno tiene su propia historia.

Contar los orígenes y la historia de la humanidad exige entender como la información contenida en el genoma humano se expresa y da lugar a un cuerpo, con un cerebro tan peculiar, que el titular de tal cuerpo está, de suyo, liberado del encierro en el automatismo de los procesos biológicos que ocurren en el cerebro. Tal liberación no es comportamiento azaroso sino autodeterminación. La determinación por parte del yo es precisamente lo que distingue una acción libre de otra que surge por mero azar, o de las que surgen por coacción externa.

Las acciones y facultades humanas no están determinadas “sólo” por las leyes de la dinámica neurológica, como en los animales, sino que cada uno decide y se decide. Se decide quiere decir que es el viviente humano, el titular de ese cuerpo humano concreto, el yo, el que es libre. Libertad que se manifiesta en las capacidades cognitivas y en la conducta y que lleva, obviamente, asociada la responsabilidad. La vida es tarea para cada ser humano, a diferencia de cualquier otro viviente, al que la vida le viene dada y resuelta en su biología.

Ser libre requiere como presupuesto necesario un cerebro que, como el humano, funciona con una dinámica tal que es capaz de procesar la información que llega de los sentidos internos y externos y dar una respuesta “suya”: liberada del encierro en los automatismos de los procesos fisiológicos cerebrales. Y, lógicamente, también la evolución cultural de los hombres tiene como correlato esa dinámica neuronal no predeterminada, ni encerrada en el determinismo biológico. Una dinámica abierta, que le capacita para procesar información “cultural”, producto de su relación con los demás hombres. Más aún sin esa apertura a la relación con los demás el cerebro de cada hombre no se desarrolla al nivel que le corresponde de suyo. El cerebro de cada uno madura con la propia vida y no solo como resultado del desarrollo orgánico.

El legado de Darwin

Charles Darwin fue el primero en mostrar que las especies biológicas, incluido el hombre, no han aparecido ya formadas, sino que proceden, por transformación, de otras existentes; es decir, las especies no son inmutables.

También fue el primero en plantear que la diversidad orgánica es una consecuencia de la adaptación a diversos ambientes; la variedad de estructuras y funciones hace posible una diversidad infinita de modos de vida. Y así, porque existen tantas clases de organismos, la evolución pueden explorar, más exhaustivamente que lo que pudiera explorar desde cualquier organismo único concebible, las diversas oportunidades para vivir que ofrece un medio ambiente concreto.

Sin embargo, la posibilidad de adaptación al entorno no es “la única causa real” de la evolución de las especies y muchos menos de su origen; y desde luego, no es la única causa real del origen del hombre. El éxito de la selección natural ha demostrado ser el mecanismo de la optimización de las funciones y características de los individuos de las diferentes especies. La selección natural en función de los cambios del medio optimiza lo que existe por la vía de la simplicidad. Simplicidad que consiste en intentar resolver los problemas por el camino más sencillo; pero de ninguna forma explica la causa de que la evolución se encamine a la aparición de organismos cada vez más complejos desde otros menos complejos.

Darwin, como muchos de sus seguidores, tomó la parte por el todo.

Pues bien, la estructuración cerebral, y la dinámica del flujo de información por los circuitos neuronales humanos, han adquirido una complejidad sorprendente desde un genoma con ligeros cambios respecto a sus antecesores primates. De esto es de lo que hay que dar explicación desde las ciencias.

En cierta medida el fondo de las controversias actuales (“o no hay nada nuevo en el mundo ya que todo lo que sucede se encontraba predestinado desde el comienzo, o todo es puro accidente congelado”) es la misma asignatura pendiente que dejó sin aprobar Darwin: formular bien la pregunta por la finalidad, de forma que sea posible una respuesta racional y plena, sin excluir los otros tipos de saber de que el hombre es capaz. Cabe la posibilidad de que haya más; que la evolución universal sea parte de un gran proyecto en el que todos los procesos sean partes. Es posible y es razonable tenerlo en cuenta.

Y si es así, ¿quién y por qué lo ha emprendido? Todos somos conscientes de que en esa respuesta nos jugamos la razón de ser, la cuestión del significado de nuestra propia existencia.

2. ¿Dónde, cuándo y desde qué antecesor aparecen los hombres?

La Paleontología tienen el protagonismo en las respuestas a las cuestiones acerca del dónde y el cuándo del proceso de hominización. No obstante sus respuestas tienen que complementarse necesariamente con los datos genéticos.

La combinación de los datos alcanzados por estas dos disciplinas muestra que el proceso de hominización ha tenido varias etapas. Una que conduce a la divergencia de los linajes de Homo y Pan desde un antecesor común. Y otra etapa, más reciente, en que los Australopitecus dan paso a los hombres de la primera etapa de la humanidad, el Homo habilis. Respecto de la segunda etapa, se acepta que, hace más de tres millones de años, se había establecido la bipedestación ya que lo muestra la pelvis de un Australopitecus afarensis descubierta en Afar, Etiopía.

La historia evolutiva de los hombres, la humanización, hasta la forma actual Homo sapiens sapiens es compleja. Del continente africano han salido diversas poblaciones humanas una y otra vez y cada una de ellas ha tenido destinos diferentes. La primera gran expansión ocurrió hace un millón de años: una población sale hacia el sudeste asiático y otras migran hacia Europa y el occidente asiático. Y hace menos de 200.000 años otras poblaciones con la forma humana Homo sapiens salen de nuevo de África y pueblan el mundo entero, constituyendo la segunda gran expansión. Los fósiles más antiguos se han asignado tradicionalmente a dos tipos humanos: Homo habilis y Homo erectus.

En Paleontología, a los diferentes tipos humanos se les denomina especies. El término especie tiene pues un sentido diferente a cómo se emplea en Biología, donde se designa como especies diferentes a los grupos de individuos que no se reproducen entre sí. Dicho de forma simplificada la Biología mira al genotipo (información genética que define al individuo de esa especie y que no es cambiable con la vida) y la Paleontología mira al fenotipo (caracteres morfológicos, anatómicos) que presentan los individuos y que va actualizando las potencialidades genotípicas con el paso del tiempo de vida; esto es, cambia con el proceso vital mismo.

Por ello, los debates acerca de la humanización han sido muy frecuentes y continúan. La causa principal de los desacuerdos se debe a la interpretación de datos que aportan los fósiles. La morfología ósea y los restos que manifiestan elaboración de instrumentos, no son suficientes para fijar si una población humana procede de otra. Tampoco lo son para determinar si algunos caracteres corporales y formas de vida aparentemente antiguos, significan que la población se asentó en el lugar concreto en que se descubren los fósiles en tiempos arcaicos, o simplemente se fijaron esos caracteres en los individuos pertenecientes a un asentamiento más moderno debido al efecto fundador: una peculiaridad de los componentes, posiblemente muy pocos, de un grupo familiar que quedaron aislados.

En términos generales se asume que la humanidad ha pasado por una serie de etapas que pueden resumirse así:

1ª) Homo habilis (hombre diestro) es la especie primigenia del género Homo. Vivió entre 1,6 y 2,5 millones de años en África del Sur y Oriental, al este del valle del Rift. Elaboró la industria olduvayense. La capacidad límite entre los Australopithecus que le precedieron y los hombres (Homo) es elaborar las armas que usa. Se requiere para ello una mano humana, y una excelente capacidad mental y de coordinación, que sólo se alcanza con un cerebro humano.

2ª) Homo ergaster (hombre trabajador) aparece como la más humanizada entre las primigenias de Homo, debido a su gran cerebro y a que presenta una morfología corporal semejante a las de individuos posteriores en el tiempo. Homo ergaster fue el primero que abandonó el continente africano y pasó a Europa y Asia; es el antecesor de Homo erectus en el viejo mundo, y a su vez de Homo antecessor. Homo erectus (marcha erecta), el hombre de Java, desarrolló una cultura de vida en cavernas y era cazador.

3ª) Homo antecessor (hombre explorador o pionero) ha vivido tanto en África como en Europa. En África evoluciona hacia el Homo sapiens sapiens. Homo antecessor llega a Europa en las primeras migraciones a través del Próximo Oriente hace un millón de años. Sus fósiles en la Gran Dolina de Atapuerca tienen una antigüedad de hasta 800.000 años. En Europa, trabajó el cuero para vestirse y usó cantos rodados. Fue cazador-recolector y dio paso al Homo neardenthalensis.

4ª) Homo neardenthalensis habitaba Europa hace unos 150.000 años. Los neardentales eran fuertes, hábiles para la caza y la recolección, excelentes talladores de piedra, usaron el fuego, cuidaron a sus ancianos y enfermos y enterraban a sus muertos. Estos hombres fueron capaces de crear una tecnología lítica muy elaborada, que da cuenta de una inteligencia desarrollada propiamente humana. Formaron comunidades complejas y tenían costumbres rituales. A Israel llegaron hace unos 40.000 años y emigraron hacia el sur. Antes, hace unos 60.000 años habrían llegado ya los humanos Homo sapiens procedentes de África.

Desarrollaron la industria musteriense en el Paleolítico medio y la industria chatelperroniense en el Paleolítico superior. No obstante, estas poblaciones desaparecen de forma abrupta con las glaciaciones hace unos 30,000-40,000 años y son reemplazados por poblaciones idénticas a los humanos actuales, los Homo sapiens, procedentes de la segunda expansión desde África de los descendientes africanos de Homo ergaster. Los neardentales no evolucionaron en Europa para dar los hombres modernos, sino que fueron desplazados por ellos. De forma similar, fueron desplazados en Java y en otras regiones, por humanos más modernos procedentes de África.

Hay un cierto debate acerca de cómo este tipo humano, de rasgos y de comportamiento moderno, reemplaza a los arcaicos neardentales y cómo y porqué se extinguen los últimos representantes europeos de Homo erectus salidos de África en la primera expansión. No obstante, hay acuerdo en que existió una creciente diferenciación regional de los neardentales en Europa, de Homo erectus en Asia oriental y los modernos en África a partir del ancestral común Homo ergaster. Estas tres grandes líneas pudieron ser independientes, o pudieron tener intercambio genético, antes de que fueran reemplazados en las regiones que habitaban.

Inicialmente, y basándose en el registro fósil, se planteó el modelo multirregional que suponía que la aparición de los caracteres diferenciales de las razas humanas tenía un origen antiguo, y habrían surgido en las diversas áreas geográficas que habrían ido poblando la Tierra desde la expansión del Homo ergaster. Sin embargo, a partir de 1987, y tras un minucioso análisis del DNA mitocondrial de hombres actuales de diferentes regiones geográficas, se comprueba que el hombre moderno racialmente indiferenciado, el Homo sapiens sapiens, había aparecido hace unos 200.000 años y solamente en África, de donde había pasado al resto del mundo habitado para ocupar el lugar de sus predecesores sin mezclarse con ellos. En este periodo reciente se desarrollaron los rasgos faciales; de forma que todas las razas vivientes en la actualidad tendrían un único origen en una población africana de hace esos 200.000 años. Apoya esta visión el hecho de que se han encontrado fósiles en Sudáfrica y África oriental con rasgos modernos, a los que se atribuye una antigüedad superior a 120.000 o 130.000 años y que se consideran los «modernos» más antiguos.

En Asia y Siberia, y no sólo en Europa como se había supuesto, hubo poblaciones de neandertales, que llegaron hace aproximadamente 150.000 años, procedentes de África. Existe debate de ese origen común de los hombres actuales debido a datos acerca de las diferencias halladas en los cráneos fósiles. Sin embargo los datos genéticos mitocondriales confirman el origen único y el efecto de la selección en los caracteres fenotípicos, según se ha publicado en 2007 (doi:10.1038/nature06193) el equipo de Svante Pääbo.

5ª) Los Homo sapiens formaron comunidades complejas y tenían costumbres rituales. Las pinturas de Altamira son del Homo sapiens sapiens de hace 15.000 años; son los mismos que dejaron las huellas más antiguas encontradas en Francia hace 30.000 años. Hace 20.000 años sólo quedaban ya estos humanos modernos, que ocupaban el territorio habitado hasta entonces por las otras poblaciones.

El linaje humano iniciado en África ha tenido dos ramas. Una constituida por las poblaciones que salen pronto de su origen y realizan la primera gran expansión por Europa y Asia y que acaba por extinguirse. La otra permanece en África, evoluciona corporal y culturalmente hasta constituir los hombres modernos y realiza en varias oleadas la segunda y definitiva expansión que puebla el mundo entero.

Al explicar el origen del hombre, se habla del proceso de «hominización», por el cual algunos individuos de determinada especie de primates sufrieron una serie de cambios morfológicos que fueron haciendo su organismo cada vez menos especializado, menos adaptado a un medio específico de su especie. En esa evolución, ¿dónde podemos hablar ya de hombre? ¿Cuál es el criterio para distinguir la especie «hombre» de otras especies de género «homo»: el lenguaje, la capacidad de elaborar -y no sólo de usar- armas, los ritos funerarios, el reconocimiento mutuo del que usted habla?

Del género Homo, que sepamos, sólo ha habido dos especies (especies en sentido biológico): los Australopithecus y los hombres. Los restos fósiles y los datos genéticos de los grandes simios existentes hoy (orangután, gorila y chimpancé), con los que ambas especies comparten antepasados comunes, permiten establecer cómo eran esos primates que nos acompañaron en el camino hacia la homización. Un camino que recorrieron los últimos antepasados comunes entre los Australopithecus y nosotros hasta hace cinco millones de años. De los individuos de una de las especies, posiblemente de Australopithecus africanus, debió salir el Homo habilis. Y quizás, justamente porque para darnos paso adquirieron parcialmente las características humanas de inespecialización (posición bípeda, cambio de la forma de la pelvis de la hembra, tamaño del cráneo, etc.), no pudieron sobrevivir; de hecho las diferentes especies de Australopithecus se extinguieron hace más de un millón de años.

El criterio para sugerir que los restos que se asignan a Homo habilis son restos humanos es, junto a la morfología corporal que caracteriza un organismo inespecializado, el hecho de usar instrumentos construidos, artefactos elaborados. Algunos simios usan palos o piedras pero ni las trabajan ni las elaboran con previsión. Este criterio se corrobora además con las medidas del relieve interior de los cráneos de los fósiles; esto permite conocer el desarrollo de las áreas cerebrales que son muy diferentes en los hombres que en el resto de los primates.

El reconocimiento mutuo no es criterio de distinción entre primates humanos y no-humanos, sino consecuencia de su humanidad. Adán y Eva, posiblemente Homo habilis y nacidos de antecesores, y precisamente porque son personas, se reconocen como tales y se constituyen ambos en familia humana, basada en relación interpersonal. No necesariamente se separan como especie diferente porque existiera una barrera biológica a la reproducción cruzada con los individuos de la especie antecesora de primates.

¿Cómo surge la teoría del origen monogenista del género humano? ¿Es un intento de hacer concordar la ciencia con el relato bíblico de la creación del hombre, o responde a cuestiones intrínsecamente científicas?

Desde el punto de vista científico no es fácil explicar, aunque tampoco imposible, que una especie pueda tener un origen monogenista; es decir, que todos los individuos que la componen procedan de una única pareja. Sin embargo, las verdades reveladas por el Creador en el relato del Génesis, acerca del pecado original de los primeros hombres, Adán y Eva, transmitido a todos los descendientes por generación y acerca de la promesa del Redentor, no son fácilmente compatibles con un origen poligenista del genero humano. Pio XII en la Encíclica Humani generis, de 1950, dice explícitamente que “no se puede aceptar la opinión de quienes afirman o bien que después de Adán existieron en esta tierra verdaderos hombres que no procedían de él, como primer padre de todos, por generación natural, o bien que Adán significa una cierta multitud de antepasados…”

Por ello, desde la ciencia, y aunque generalmente se ha intentado reducir esa verdad revelada a la categoría de mito, algunos han buscado algún sistema que explicara la aparición de nuevas especies compatible con el monogenismo. Y por otra parte, algunos teólogos han intentado interpretaciones del pecado original y de la redención de forma compatible con un origen poligenista de los hombres. En ambos casos puede hablarse de intentos de hacer concordar las explicaciones de la ciencia con el conocimiento de la fe. Es importante tener en cuenta que esos intentos no han tenido un abordaje interdisciplinar; se ha dado por supuesto que la existencia de una única pareja de seres humanos, progenitores de todos los hombres, tenía necesariamente que pasar por un mecanismo biológico. Sin embargo, la Antropología al distinguir la procreación humana de la mera reproducción animal, da cuenta de la creación por la primera pareja de la única familia humana de la que todos procedemos.