Texto del libro Historia de España contada con sencillez (José María Pemán).
El Cid, alférez
El Cid, era un hombre de regular estatura, ancho de espaldas, de ojos vivos y una larga barba negra. No parece que fuera un «niño precoz», sino más bien tardo y lento para aprender, pero seguro para retener y aprovechar lo sabido.
Desde luego, no era, como se creyó mucho tiempo, un simple soldado, rudo, ignorante y de poco saber. Sabía escribir, cosa que no era corriente en su época. Se han encontrado varios escritos de su puño y letra, y algunos de ellos escritos en latín, lo que demuestra que conocía también esa lengua.
Desde luego, como veremos, su gloria no está únicamente en sus hechos de armas, sino sobre las ideas claras que tuvo sobre las necesidades de España y el camino a seguir para su grandeza y aumento.
Siendo joven, aparece al servicio del rey don Sancho de Castilla, el hijo mayor de Fernando I. Tenía en su reino el cargo de «alférez», o sea, jefe supremo de la tropa. Alférez se ha llamado siempre en España al que ha tenido el mando directo de los soldados sobre el campo.
En tiempos del Cid, como el ejército no era sino una masa de hombres unida, sin divisiones ni compañías, el alférez mandaba toda esa masa y unidad. Luego, a medida que el ejército fue teniendo otra organización y dividiéndose en unidades varias, dando otros nombres, como «comandante» o «general», a los que mandan desde más lejos a una masa mayor, el nombre de alférez fue siempre reservado para el que mandaba la última unidad, la que ope- ra unida y directamente sobre el campo.
Hoy todavía el alférez es el que manda el último pelotón en que se divide la tropa, el grupo que asalta la trinchera o avanza en vanguardia… Los gloriosos alféreces de España pueden, pues, asegurar que son compañeros del Cid.