Había una vez un niño llamado Jesús que vivía en un pequeño pueblo llamado Nazaret. Jesús era un niño especial, lleno de bondad y sabiduría, incluso desde muy joven.
Desde que era muy pequeño, Jesús siempre se preocupaba por los demás. Le encantaba jugar con los niños de su pueblo y siempre trataba de hacerlos sonreír. Siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás y hacía todo lo posible para hacer el bien.
Un día, mientras jugaba en el campo, Jesús vio a un grupo de niños que estaban tristes. Se acercó y les preguntó qué les pasaba. Los niños le dijeron que habían perdido su pelota favorita y no podían encontrarla por ningún lado. Estaban desanimados y no sabían qué hacer.
Jesús se puso una sonrisa en el rostro y les dijo: «No se preocupen, ¡yo los ayudaré!». Todos los niños se emocionaron y siguieron a Jesús mientras buscaban la pelota perdida.
Con su mirada atenta y su corazón compasivo, Jesús buscó por todos lados hasta que finalmente encontró la pelota escondida entre los arbustos. Los niños estaban emocionados y agradecidos por haberla encontrado.
Pero Jesús no se detuvo allí. Vio que cerca había un grupo de personas mayores que necesitaban ayuda para llevar sus pesadas bolsas de comida. Sin dudarlo, Jesús se ofreció para ayudar. Cargó las bolsas sobre sus hombros y caminó junto a ellos hasta sus hogares.
A medida que Jesús crecía, continuaba haciendo el bien a todos los que conocía. Ayudaba a los enfermos a sanar, enseñaba a las personas a amarse unas a otras y siempre mostraba compasión y perdón.
La historia de Jesús como niño nos enseña que incluso desde pequeños, podemos hacer la diferencia en el mundo. Podemos ayudar a los demás, mostrar bondad y siempre estar dispuestos a hacer el bien.