Querida Mamá,

Hoy, mientras me siento aquí recordando los momentos que compartimos, siento una necesidad profunda de escribirte, aunque sé que ya no estás físicamente conmigo. Las lágrimas empiezan a brotar mientras rememoro tu amor incondicional y tu dedicación incansable.

Recuerdo cómo me cuidabas de pequeño, con una ternura que solo una madre puede ofrecer. Las noches en que me enfermaba y tú no dudabas en quedarte despierta a mi lado, sosteniendo mi mano y asegurándote de que me sintiera seguro. Recuerdo tus manos suaves, acariciando mi frente, y tu voz calmante susurrando palabras de consuelo que lograban ahuyentar cualquier miedo.

Tu risa, mamá, era una melodía que llenaba nuestro hogar de alegría. Cada vez que me caía, allí estabas tú, no solo para curar mis heridas físicas, sino también para aliviar el dolor en mi corazón con tus palabras alentadoras y tu amor infinito. Me enseñaste el verdadero significado de la bondad y la compasión, y a través de tus acciones, aprendí lo que es ser verdaderamente amado.

Los días eran más brillantes cuando estabas cerca, tu presencia era mi refugio. Me acuerdo de las mañanas frías, cuando me envolvías en capas de abrigo, asegurándote de que estuviera cálido y protegido. Tus abrazos eran mi escudo contra el mundo, y en tus ojos siempre encontraba la certeza de que todo estaría bien.

Hoy, mamá, siento tu ausencia más que nunca, pero también siento tu presencia en cada rincón de mi vida. Me has dejado un legado de amor y fortaleza que llevo conmigo, y aunque las lágrimas caen al recordar, también sonrío, porque tuve la suerte de tenerte como mi madre.

Gracias por cada sacrificio, por cada gesto de amor y por cada momento que compartimos. Te extraño con cada fibra de mi ser, y aunque el dolor de tu partida es inmenso, encuentro consuelo en los recuerdos que atesoro.

Te amo, mamá, y siempre te llevaré en mi corazón.

Con todo mi amor, [Tu nombre]