EL ESCONDITE Enviado por Joe P. Adams
Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres.
Cuando el aburrimiento había bostezado por tercera vez, la locura, como siempre loca, les propuso:
¿Jugamos al escondite?
La intriga levantó la ceja intrigada, y la curiosidad sin poder contenerse, preguntó:
¿Al escondite?, ¿y cómo es eso?
Es un juego -explicó la locura– en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón, mientras ustedes se esconden y, cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que encuentre, ocupará mi lugar para continuar el juego.
El entusiasmo bailó secundado por la euforia, la alegría dio tantos saltos, que terminó por convencer a la duda e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar. La verdad prefirió no esconderse.
¿Para qué? Si al final siempre la hallaban. La soberbia opinó que era un juego muy tonto; en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiera sido suya.
Uno, dos, tres,… comenzó a contar la locura.
La primera en esconderse fue la pereza que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino.
La fe subió al cielo, y la envidia decidió esconderse tras la sombra del triunfo que, con su propio esfuerzo, había logrado subir a la copa del árbol más alto.
La generosidad casi no alcanzaba a esconderse. Cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: que si un lago cristalino, ideal para la belleza; que si una rendija de un árbol, perfecto para la timidez; que si el vuelo de una mariposa, lo mejor para la voluptuosidad; que si una ráfaga de viento, magnífico para la libertad; así que terminó por ocultarse en un rayito de sol.
El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio: ventilado, cómodo,…; pero, eso sí, solo, sólo para él.
La mentira se escondió en el fondo de los océanos…: ¡mentira!, en realidad se escondió detrás del Arco Iris.
Y la pasión y el deseo en el centro de los volcanes.
El olvido, ¡ay!, se me olvidó donde se escondió, pero eso no es lo importante.
Cuando la locura contaba 999.999, el amor aún no había encontrado sitio para esconderse pues todo se encontraba ocupado; hasta que divisó un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores.
¡Un millón!, contó la locura, y empezó a buscar.
La primera en aparecer fue la pereza, sólo a tres pasos de la piedra. Después escuchó a la fe, que, desde el cielo, aparecía como la voz de la conciencia. Y a la pasión y al deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido, encontró a la envidia y, claro, pudo deducir dónde se encontraba el triunfo. Al egoísmo no tuvo que ni buscarlo, él solito salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed, y al acercarse al lago descubrió la belleza. Y con la duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca, sin decidir todavía en qué lado esconderse.
Así fue encontrado a todos: el talento, entre la hierba fresca; la angustia en una oscura cueva; la mentira tras el arco iris; y hasta al olvido, al que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite.
Pero sólo el amor, sólo el amor, no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, en la cima de las montañas,…
Y, cuando estaba a punto de darse por vencida, divisó un rosal y sus rosas y, tomando una horquilla, comenzó a mover las ramas cuando, de pronto, un doloroso grito se escuchó: Las espinas habían herido en los ojos al amor.
La locura no sabía qué hacer para disculparse: lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo a partir de entonces.
Desde que, por primera vez, se jugó al escondite en la tierra, el amor es ciego y la locura siempre, siempre, lo acompaña.