Había una vez, en un pequeño pueblo de España, una iglesia dedicada a la Santísima Virgen de las Angustias. La devoción hacia esta advocación mariana era profunda entre los habitantes de la localidad, quienes creían que la Virgen María, bajo este título, les brindaba consuelo y fortaleza en momentos de dificultad.
Cuenta la leyenda que hace muchos años, durante una época de gran sequía, los campos se encontraban resecos y el pueblo sufría por la falta de agua. Los agricultores veían cómo sus cosechas se marchitaban y la esperanza comenzaba a desvanecerse. Fue entonces cuando decidieron organizar una procesión para implorar la intercesión de la Santísima Virgen de las Angustias.
La imagen de la Virgen, tallada en madera y adornada con ricos mantos y joyas, fue llevada en andas por las calles del pueblo. Los lugareños, con velas encendidas y cantos de súplica, acompañaban fervorosamente a la procesión. Mientras recorrían las calles, un milagro ocurrió: el cielo se oscureció y comenzaron a caer suaves gotas de agua que, poco a poco, se convirtieron en una lluvia bendita.
El agua caía con tal fuerza y abundancia que los campos se llenaron de vida nuevamente. La sequía había sido vencida y la comunidad entera atribuyó este prodigio a la intercesión de la Santísima Virgen de las Angustias. Desde aquel día, la devoción hacia la Virgen creció aún más, convirtiéndose en un símbolo de esperanza y consuelo para el pueblo.
Cada año, en el día de la festividad de la Santísima Virgen de las Angustias, se celebra una gran fiesta en el pueblo. La iglesia se engalana con flores y se realizan procesiones solemnes en honor a la Virgen. Los fieles acuden en masa, llevando consigo sus angustias y peticiones, confiando en que la Santísima Virgen escuchará sus súplicas y les brindará alivio.