En un lejano país del oriente, vivían unos magos, hombres sabios que estudiaban las estrellas. Un día, mientras observaban el cielo, vieron una estrella muy resplandeciente que no habían visto antes. Supieron que era una señal divina, y comprendieron que un gran acontecimiento había sucedido: el nacimiento del rey de los judíos.
Los magos sintieron en sus corazones la necesidad de seguir esa estrella y adorar al niño recién nacido. Emprendieron un largo viaje hacia Jerusalén, la capital de Judea, para buscar al rey. Al llegar, preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto su estrella en el oriente y hemos venido a adorarlo».
La noticia del nacimiento del rey de los judíos llegó a oídos del rey Herodes. Herodes, deseando descubrir más sobre este niño, reunió a los principales sacerdotes y escribas y les preguntó dónde se esperaba que naciera el Mesías. Ellos le dijeron que estaba profetizado que el niño nacería en Belén de Judea.
Herodes, intrigado y temeroso de perder su poder, llamó secretamente a los magos y les preguntó detalladamente sobre el momento exacto en que habían visto la estrella. Quería saber cuánto tiempo había transcurrido desde su aparición. Luego les envió a Belén con una misión: «Id a Belén y buscad al niño con diligencia. Cuando lo encontréis, hacedme saber, para que yo también pueda ir y adorarlo».
Los magos se pusieron en camino hacia Belén, y he aquí que la estrella que habían visto en el oriente volvió a aparecer y los guió por el camino correcto. Su resplandor los llenó de alegría y esperanza mientras avanzaban hacia el lugar donde se encontraba el niño.
La estrella continuó guiándolos hasta que finalmente se detuvo sobre una humilde casa en Belén. Los magos sintieron un gran gozo al ver la estrella brillando sobre aquel lugar. Entraron en la casa y allí encontraron al niño, junto a su madre María.
Llenos de reverencia y asombro, los magos se postraron ante el niño y lo adoraron. Abrieron sus tesoros y le ofrecieron presentes muy valiosos: oro, incienso y mirra. Estos regalos eran símbolos de honor y adoración hacia el recién nacido, reconociendo su realeza, su divinidad y su misión especial.
Sin embargo, en un sueño, los magos recibieron una advertencia divina. Fueron avisados de que no debían regresar a Herodes y contarle sobre el paradero del niño. Así que, obedeciendo el mensaje celestial, tomaron otro camino de vuelta para evitar a Herodes.