La Bella Durmiente tenía insomnio
Y ¿qué se puede hacer con el insomnio? Una pastillita para dormir. Están para eso. Y el descansar es una obligación para los que no nos pertenecemos. Y luego a esperar a que venga el sueño, quizá leyendo, quizá en otra ocupación; como en el cuento siguiente…
¡Qué tragedia!
Tú recordarás el cuento de la Bella Durmiente: la maldición del hada mala y cómo la princesa se pincha el dedo con un huso de hilar y cae como muerta. Recordarás que interviene el hada buena y modifica el hechizo:
–La princesa no morirá. Dormirá por cien años y entonces vendrá un príncipe a despertarla.
También te acordarás que todo el palacio se duerme y crece un espeso bosque a su alrededor.
Todo había salido bien hasta ese momento. Dormían ya el rey y la reina, los perros y los canarios, las damas y los caballeros, los guardias y los lacayos. Dormían el fuego en la chimenea y el agua de la fuente, pero la protagonista del cuento, la mismísima Bella Durmiente, ¡tenía insomnio y no se podía dormir!
El hada madrina no sabía qué hacer. En todo aquel palacio dormido sólo velaba el aya anciana que había criado a la princesa y había venido a vigilar su sueño. ¡Pero no había tal sueño! La Bella Durmiente padecía insomnio.
El hada agitaba en vano su varita mágica: la princesa no se dormía. Se paseaba con el aya por los salones dormidos, pero no le llegaba el sueño.
–¡Esto no es posible! –se quejó la anciana, fatigada de caminar–. ¡La Bella Durmiente no puede pasar cien años despierta!
–¡Estaré hecha una ruina cuando aparezca el príncipe! –clamó la pobre princesa–. Hada madrina, ¡tienes que hacer algo!
El hada se quedó pensativa un momento. Luego exclamó:
–¡Ya sé! Pediré prestada la manzana de Blancanieves. La morderás y caerás como dormida.
Contrataremos a los siete enanos: ellos te fabricarán un precioso ataúd de cristal para que te encuentre el príncipe.
–¡Nooo! –protestó la princesa–. ¡Yo no quiero al príncipe de Blancanieves, ella se pondría celosa! Yo quiero a mi propio príncipe. ¡Este es MI cuento! –sollozaba.
–Podríamos cambiarle el nombre… –meditó el hada–. Ponerle… «La Bella Insomne del Bosque»… Pero significaría mucho trabajo extra –recapacitó–. Habría que irse al siglo dieciocho y cambiar el texto original, contratar otras seis hadas madrinas, una bruja especial, ¡el sindicato de brujas protestaría por las horas extras! Y con la inflación –terminó diciendo el hada– el costo sería prohibitivo.
–¡Además –clamó la princesa– los niños me conocen como la Bella Durmiente y no es justo que me cambies el nombre! ¡Ay, madrina! ¿Qué voy a hacer durante cien años despierta y sola?
–Podrías escribir un libro de soledad… –sugirió el aya.
–¡Ya está escrito! –exclamó la pobre Bella Despierta, y se echó a llorar.
Los niños escucharon su llanto.
Los niños solos oyeron los sollozos de aquella pobre muchacha y decidieron ayudarla.
Vinieron de todas partes y le contaron cuentos para entretener su vigilia.
Cada niño y cada niña inventó un cuento sobre el insomnio de la Bella Durmiente. ¡Hay tanto que hacer en cien años!: cosas útiles y bellas, juegos y viajes, libros, fantasías y realidades.
La Bella Durmiente jugó con los niños y los cien años se le pasaron en un suspiro.
Cuando, al fin, llegó el príncipe, se sorprendió de encontrarla despierta y fresca como una niña.
El palacio despertó, como en el cuento original, y las bodas del príncipe y la princesa se celebraron con gran pompa y alegría. Ninguno de los dormidos supo nunca del insomnio de la Bella Durmiente.
Pero tú sí sabes el secreto y, cuando quieras, puedes inventar un cuento para consolar a la Bella
Durmiente cuando no pueda dormir.
Rocío Sanz – Costa Rica