De cómo la generosidad en lo pequeño tira de la persona fomentando la entrega a un ideal durante mucho tiempo…
Cuenta Paul Auster que estaba Kafka paseando por un parque. Oyó a una niña de siete años llorando y se acercó a preguntarle los motivos.
– He perdido mi muñeca, gimoteó la niña.
– Qué va -repuso Frank- se ha ido de viaje.
Interesada y todavía haciendo pucheros la niña inquirió:
– ¿De viajeee? ¿Y tú cómo lo sabes?
– Por que me ha escrito y me lo ha dicho.
– ¿Dónde está la carta?
– La tengo en casa, repuso Frank.
– Tráeme la carta para que yo también la lea.
– Ven mañana al parque y te la traeré. La leeremos juntos.
Aquella noche Frank escribió la carta y se la enseñó a la niña al día siguiente. Le contaba que quería ver mundo y le pedía perdón por no decirle nada. La niña se mostró muy interesada en el extraño viaje y le hizo muchas preguntas a Frank. Este siempre contestaba, – «eso es precisamente lo que me cuenta en la carta de hoy». Y poco a poco, durante tres meses hizo viajar a la niña-muñeca, conocer gente-muñecos; conocer a un muñeco guapísimo, que le gustaba un montón… así hizo durante tres meses, un día tras otro. Pero la niña, al cabo del tiempo, perdió tensión y su muñeca dejó de importarle. Ese día Kafka casó a la muñeca en su carta diaria y la mandó a un país lejano mientras decía que no escribiría más.
Aparece relatada en una novela de Paul Auster, y se refiere a F. Kafka. (Brooklyn Follies (Biblioteca Paul Auster))