Érase una vez un rico empresario tenía una empresa de agricultura. Éste contaba con peones a su servicio; siempre les trataba con consideración y humanidad y les pagaba un generoso salario.
Ocurrió que un jornalero ambicioso quiso derrocarlo y, después de una treta que urdió con su sindicato marxista, lo consiguió.
Poco después se supo que el peón había contraído cáncer; dentro de él, le pesaba la conciencia por que había dejado sin empresa a su jefe.
Y he aquí lo más curioso: la única persona que visitó al peón ambicioso y malvado fue… ¡su jefe! Este hombre se conmovió y entendió qué había dentro de aquel empresario: no era odio -como en su caso- sino amor…