Los mendigos, en manos de Dios, y a merced de la caridad pública son uno de los grupos más vulnerables de la sociedad. Por mucho que trates de explicarles, se sentirán vulnerados, desposeídos, abandonados… Hay que llegarles de una manera, hay que aproximarse… son seres humanos, son hermanos nuestros. Son uno de nosotros, que se encuentran en una situación especial; podríamos ser tú y yo…
Debemos aproximarnos a todos desde la humildad.
He aquí una anécdota que habla de la señora que se allegó a un pedigüeño para «darle una pequeña lección»…
Dar pero sin dar lecciones
La oronda clienta salía de la confitería cargada de paquetes. El mendigo lloriqueaba su cantinela de rodillas sobre una manta sucia, con una lata vacía y un letrero que no alcancé a leer.
La mujer echó mano al bolso, sacó un monedero, rebuscó en su interior, y antes de soltar la moneda elegida, decidió colocar un sermoncito al pordiosero.
Desde el interior del coche, sólo percibí los gestos: el dedo índice de la señora increpando al mendigo y la mirada vacía de éste.
Me dieron ganas de recordar a aquella buena mujer que es de mala educación hablar con la boca llena.
Extraído de aquí…