La honestidad no se asume en caso de ciertas profesiones. De ahí éste y otros chistes…
Un anciano sacerdote que está agonizando manda llamar a un abogado y a un inspector de hacienda de su feligresía, que se quedan perplejos de la petición porque no eran amigos íntimos.
Cuando entran en la habitación, el moribundo les pide a señas que se sienten uno a cada lado, da un suspiro de alivio y se queda mirando al techo.
Los tres guardan silencio hasta que, por fin, el abogado se atreve a preguntarle al sacerdote:
– ¿Por qué nos ha pedido a nosotros acompañarlo en su lecho de muerte?
A lo que el sacerdote respondió:
– Porque quiero morir igual que Jesucristo: entre dos ladrones.