Hay un momento en la vida en que el orden natural se trastoca: es cuando el hijo se convierte en el cuidador de su padre.
Es cuando el padre, una vez fuerte, comienza a moverse lentamente, como perdido en una niebla. Es cuando el padre que te sostenía firmemente la mano ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, antes incansable y firme, ahora se debilita y suspira antes de levantarse.
Es cuando el padre que daba órdenes hoy solo murmura y busca la puerta y la ventana. Es cuando el padre, antes diligente, lucha por vestirse y olvida tomar sus medicamentos. Y como hijos, debemos aceptar la responsabilidad de cuidar de ellos.
La vida que nos dio la vida depende de nosotros para morir en paz. La vejez de nuestros padres es como el último embarazo, una oportunidad para devolver el amor y cuidado recibidos. Así como adaptamos nuestra casa para cuidar a nuestros bebés, ahora la adaptamos para nuestros padres.
La primera transformación es en el baño, donde instalamos una barra en la ducha. La barra es un símbolo del nuevo cuidado que debemos dar. Envejecer es caminar apoyándose en los objetos, subir escaleras sin escalones. Seremos arquitectos y diseñadores de una casa segura para ellos.
Seremos afortunados si podemos cuidar de nuestros padres antes de su muerte, y lamentaremos no haberlo hecho si solo aparecemos en el funeral. Al final, lo que un padre quiere oír es que su hijo está a su lado.