Un hombre de gran reputación, tenía un criado de rostro atroz y carácter imposible.
No podía recibir una orden sin ponerse de inmediato hecho una furia, se sentaba de forma grosera a la mesa, servía mal, empujaba a los invitados y dejaba a su patrón sediento.
Todas las reprimendas lo dejaban indiferente y no hacía más que agravar el desorden y la negligencia de su servicio.
Por la noche la casa retumbaba con el ruido de sus pasos, de la vajilla que rompía.
Incluso colocaba matorrales espinosos en el camino por donde tenía que pasar el patrón. No se podía contar con él para nada.
Unos amigos del patrón le aconsejaron que se deshiciese de aquel fastidioso criado y que cogiese a otro.
– Pero ¿por qué? – protestó el patrón sonriendo. Le estoy muy agradecido a mi criado porque me ha hecho mejor. Sí, me ha enseñado la paciencia, y cada día que pasa me la sigue enseñando. Y ese don me permite soportar las otras dificultades de la vida.