A Ramiro I no le hacía ninguna gracia aquello de tener que entregar 100 doncellas a los moros. Ninguna. Ramiro pensó que ya estaba bien de corrección política y de enriquecimiento cultural. Y reunió un ejército. Y plantó cara al invasor.
Sabía que tenía las de perder, pero en el siglo IX, aquí pensábamos que era mejor jugarse la vida que aguantar humillaciones. No eramos nada prácticos. Y menos mal…
El caso es que el ejército cristiano se enfrentó al musulmán en Albelda, pero la derrota fue tremenda y Ramiro tuvo que refugiarse con los restos de su ejército en el castillo de Clavijo.
Llegaron extenuados y malheridos. Y los moros rodeaban el castillo. Aquella noche prometía ser la última. No les quedaba nada… Salvo su Fe
Y fue entonces cuando Santiago se apareció al rey. Y le explicó que El Altísimo había repartido las regiones del mundo entre Los Suyos y, mira tú por dónde, a Santiago le había tocado «sólo» España. Así que, allí estaba él, para protegernos.
Así que Ramiro avisó a los suyos. Dios ayuda a Santiago. Había que salir por la mañana a vencer. Y todos entendieron que la victoria era nuestra. En aquel entonces, la gente no era tan escéptica como ahora. Y menos mal…
Aquella mañana lo que quedaba del ejército cristiano salió a pelear, furioso. Dios estaba con nosotros. Pero los moros eran demasiados. Aquello era imposible. Imposible.
Y entonces se escuchó aquel trueno.
Y el terror recorrió las filas musulmanas.
Del cielo surgió un guerrero a caballo. Llevaba una espada de plata, en forma de cruz. Y bajo su filo cayeron miles de invasores.
Y la victoria fue nuestra.
Aquella espada quedó para siempre teñida con la sangre del invasor. Y fue desde entonces el símbolo de nuestro Santo Patrón. Y las huellas que dejó su caballo al bajar de los cielos, aún pueden verse en esos montes. Y esta gesta forma parte de nuestra Historia.
Hoy entregamos gustosos mucho más que 100 «dondellas» y se mira con escepticismo a quienes, hace más de mil años, fueron capaces de plantar cara a un enemigo imbatible.
Hoy tratan de desmontar esta leyenda. De restar méritos a aquellos cristianos que pelearon a muerte cuando no quedaba nada. Dudan que sea cierto aquello de las 100 doncellas. Quieren que ya nadie crea en Santiago. Porque Santiago, su espada y su caballo forman parte de nuestro ADN, de nuestro carácter y la identidad de nuestro pueblo.
Pero, le pese a quien le pese, mientras exista un alma española, cada 23 de mayo seguirá escuchándose en esta tierra nuestro ¡SANTIAGO Y CIERRA, ESPAÑA!
Ana Pavón.