Owen y Luz dos atletas que compitieron en la misma olimpiada de Berlín, delante de Hitler.
Allí fueron competidores (dicen ahora «enemigos»), pero gracias a su lealtad, que saltó las barreras de raza e ideología, siguieron siendo amigos hasta la muerte. Continúa…
Atletismo: Jesse Owens
La marca de 10 segundos con 03 centésimas, a sus 18 años de edad, sería tan sólo el inicio de una sensacional carrera deportiva.
Jesse Owens estaba perdiendo su segunda medalla de oro antes de su quinto intento en el salto largo de los Juegos Olímpicos de Berlín 1936.
Momentos antes, su más peligroso contrincante, el alemán Luz Long, seguro de su victoria, se había dirigido hacia la tribuna de honor y con su brazo derecho en alto saludó a Adolfo Hitler.
Owens ya tenía el oro en los 100 metros planos, pero había iniciado mal en la final olímpica de longitud, prueba en la que ostentaba el récord mundial con 8 metros y 13 centímetros.
Después de dos intentos fallidos en la eliminatoria, que consistía en tres, el alemán se acercó a él y por encima de toda diferencia de razas le sugirió a Owens atrasar su punto de despegue. Owens necesitaba 7.15 metros para pasar a la siguiente fase. Luego de la recomendación de Luz, su salto alcanzó justo los 7.15 metros requeridos para estar en la final, que Hitler presenciaría desde las tribunas. Ya en la final, Luz marcaría 7.54 metros de entrada; Owens, 7.74; en su siguiente intento el alemán igualaría al estadounidense y éste se iría aún más lejos con 7.87 metros.
Nuevamente Luz va a la tabla de despegue y empata otra vez a Owens. En este momento el alemán llevaba el liderato de la competencia, ya que de permanecer el empate, él poseía el segundo mejor salto del evento.
De hecho, Hitler, después de su enojo por la clara supremacía de Owens lo llamó «africano auxiliar de los americanos», porque nunca aceptó que fuera un atleta de potencial físico superior. Pero la prueba de longitud aún no termina, Owens va por el penúltimo salto: 7.94 metros, 10 centímetros más que el alemán. Hitler abandonó rápidamente el escenario.
En su último salto, Owens cerraría con 8.06 metros. Su contrincante alemán sería el primero en felicitar a uno de los más grandes deportistas del mundo, un verdadero icono del Siglo XX.
Algodón y gasolina
Nieto de esclavos, Owens nació en 12 septiembre de 1913 en Danville, Alabama, y cuando vino al mundo era el décimo de 11 hermanos. Así como sus padres y hermanos recogían algodón, el pequeño Owens no tuvo otra salida que hacer lo mismo. Cuando las revolucionarias máquinas prescindieron de la mano de obra, la familia se mudó a Cleveland.
Un buen día Owens tuvo que ir a la escuela. Lo primero que hace la maestra es preguntarle su nombre y él responde: «J. C. Owens», queriendo decir «James Owens, de Cleveland». Su error provocó que la educadora lo escribiera como «Jesse», que fonéticamente es JC en el idioma inglés. Así nacería la leyenda.
Instalado en Cleveland y apenas con 15 años de edad, Jesse se convirtió a las carreras de velocidad a raíz de una visita que hiciera a su colegio el campeón olímpico de 100 metros en Amberes 20, Charles Paddock.
Aún no cumplía los 18 años y ya había alcanzado un tiempo de 10 segundos con 3 décimas. Estos registros lo llevaron automáticamente a la Universidad de Ohio.
Además de ser héroe deportivo, Owens siempre mostró su virtud de ser humano. Desde que llegó a la universidad, combinó sus estudios con el trabajo de expendedor de gasolina para cumplir sus obligaciones como padre de familia.
Siendo vendedor de sellos y monedas olímpicas, Jesse Owens murió a los 66 años de edad, víctima de cáncer de pulmón. Durante muchos años conservó la amistad con el alemán Luz.
Juan Ramón Piña / El Norte