«Me parece que muchos de vosotros sabéis el hecho que os voy a recordar. Se cuenta que no ha mucho tiempo sucedió que cierto hombre fue hecho prisionero por sus enemigos y conducido a un punto lejano de su patria. Y como estuviese allí mucho tiempo y su mujer no le viera venir de la cautividad, le juzgó muerto, y como tal ofrecía por él sacrificios todas las semanas. Y cuantas veces su mujer ofrecía sacrificios por la absolución de su alma, otras tantas se le desataban las cadenas de su cautiverio. Vuelto más tarde a su pueblo, refirió con admiración a su mujer cómo las cadenas que le sujetaban en su calabozo se desataban por sí solas en determinados días de cada semana. Considerando su mujer los días y horas en que esto sucediera, reconoció que quedaba libre cuando era ofrecido por su alma el Santo Sacrificio, según ella pudo recordar»
San Gregorio Magno, Homilía sobre los Evangelios, 37