El relato me sucedió hace bastantes años.Su moraleja, para el revisor: nunca te fíes de las apariencias; para el público en general (tú y yo) guarda la calma y las apariencias…
Yendo en el tren de cercanías entre Madrid y una ciudad limítrofe, ocurrió que yo viajaba sin billete.
Excusa: llegué corriendo y entré para no perder el el tren, sin tiempo de sacarlo. Llegó el revisor y al pedirme el billete llevé la mano a la cartera, no para sacarlo (no lo tenía) sino para pagar la multa gorda.
El revisor hizo ademán de no pedírmelo (estilo «no hace falta, chaval, me fío» – yo entonces tenía careto de buena persona) y, lo que es la vida, a la persona que iba a mi lado que tampoco llevaba billete se lo pidió; y al no llevarlo le hizo bajarse en la siguiente estación.