Nació el 24 de febrero de 1826 en Shönstat, localidad situada cerca de Vallander, a orillas del río Rhin, donde sus padres, Jorge Flesch e Inés Breitbach, vivían de la modesta producción de un molino. En el bautismo recibió el nombre de Margarita.
El nacimiento de sus dos hermanas, Mariana y Cristina, obligó al padre a buscar un trabajo de molinero más rentable, que encontró en Urbach, en las proximidades de Unkel. Fue el primer traslado de una serie que llevaría a la familia Flesch a establecerse definitivamente en el hermoso valle del torrente Focken, en Niederbraitbach, para administrar un molino. En 1832 una grave pérdida afectó a toda la familia: la muerte prematura de la madre.
Jorge Flesch, no pudiendo educar solo a sus tres hijas pequeñas, se casó por segunda vez con Helena Richarz, una viuda con un hijo nacido de su matrimonio precedente. El carácter duro y difícil de Helena se convirtió muy pronto en causa de sufrimiento para las tres pequeñas. De la nueva unión nacieron otros dos hijos. Margarita, la primogénita, se puso a disposición de la familia con un sentido de responsabilidad superior a su edad, encontrando sólo en el padre algo de apoyo y consuelo.
Mientras tanto, el don de la fe iba arraigándose cada vez más en su alma, hasta el punto de que sostenía con alegría las primeras pruebas difíciles de la vida. Frecuentaba de buen grado la parroquia y se recogía largamente en oración. Un día, cuando aún tenía siete años, notó por primera vez en la iglesia un cuadro que representaba los estigmas de san Francisco. Ese episodio de la Verna se grabó vivamente en el alma de Margarita, que desde entonces comenzó a cultivar una devoción sincera y confiada al Poverello de Asís.
A la edad de 14 años, Margarita fue admitida a la primera comunión. Fue un día de gracia particular. Pasó toda la tarde ante el sagrario, gustando la intimidad con el Señor. Desde entonces, participó todos los días en la santa misa y recibió la sagrada Comunión.
El 2 de abril de 1845 murió su padre, dejando en la miseria a sus seis hijos y a su viuda. Margarita, que tenía 16 años, no se desanimó, y para ayudar a la familia trabajó como costurera, bordadora y recolectora de hierbas medicinales, mientras que la madrastra llevaba una vida poco decorosa. Mientras tanto, tuvo buenas propuestas de matrimonio, pero las rechazó todas porque comprendió que Jesús había aceptado su propósito, manifestado ya de niña, de permanecer virgen. Con los ahorros de su duro trabajo, logró comprar en 1851 el molino en el que vivía su familia ya desde hacía tiempo, en el valle de Niederbraitbach. Sus hermanos ya eran mayores e independientes. Finalmente, podía entregarse de lleno a los pobres, a los ancianos y a los huérfanos. En la solemnidad de Todos los Santos de aquel año se trasladó a una ermita anexa a la capilla de la Santa Cruz, un ambiente propicio para el recogimiento y la oración.
En 1856, el Señor le mandó a su primera compañera, Margarita Bonner, y, poco después, a la segunda, Gertrudis Beisel. Era imprescindible encontrar una casa para los huérfanos y un hospital para los enfermos. En 1861, en medio de muchas dificultades e incomprensiones, se comenzó una nueva construcción en la cumbre del monte situado detrás de la capilla de la Santa Cruz.
El 13 de marzo de 1863, el obispo de Tréveris aprobó la nueva fundación y admitió a la sierva de Dios y a sus compañeras a la toma del hábito religioso. Margarita tomó el nombre de sor María Rosa. Bajo su guía iluminada, la nueva familia religiosa recibió desde el primer momento un gran impulso, con la apertura de nuevas casas filiales a orillas del Rhin, en la región de Eifel, en Westfalia. En 1869, el obispo de Tréveris aprobó la Regla y las Constituciones del nuevo Instituto de las Religiosas Franciscanas de Santa María de los Ángeles, así llamadas en honor de la Porciúncula de Asís.
La generosidad y la abnegación de las religiosas se mostraron sobre todo en la dolorosa circunstancia de la guerra franco-prusiana, en 1870. Más de cincuenta religiosas, es decir, casi la mitad de los miembros del Instituto, con la fundadora a la cabeza, se prodigaron en la asistencia a los heridos y moribundos, poniendo en peligro su vida. En efecto, doce de ellas murieron mientras realizaban esa obra caritativa. Al final de la guerra, muchas religiosas fueron condecoradas por su valor civil. La madre María Rosa, que había ido hasta el frente de batalla y había sido herida en el hombro por una bala, recibió una de las condecoraciones más elevadas: la «Verdienstkreuz».
Sin embargo, el Señor quiso probar a la madre María Rosa con la cruz y la humillación: en el capítulo general de 1878, la sierva de Dios entregó su mandato a la superiora general; en su lugar eligieron a sor Agata Simons, secretaria general. La nueva superiora general persiguió sin motivo a la sierva de Dios y dispuso su traslado a la casa más lejana, en Niederwenigern, donde le asignaron una celda sin ventanas y la trataron como la última de las convertidas.
Sor María Rosa aceptó la humillación con plena obediencia y perfecta sumisión, perdonando repetida y explícitamente a quienes le causaban esa pena. La sierva de Dios soportó estas humillaciones durante veintiocho años. Con su comportamiento humilde y heroico, fue la luz del Instituto. Murió el 25 de marzo de 1906, después de recibir con gran devoción los santos sacramentos.