Hay un momento cumbre en un colegio: el día de la graduación de los alumnos (imposición de becas). Ese día pasan por tu mente tantas cosas de todos esos años en que les viste crecer, en que te dedicaste en cuerpo y alma a su formación; pronto se resumen, en la siguiente frase: y en primero tuvimos a otro profesor… (nombre).
Y es que el premio del maestro está en el cielo. Puede que para acceder a ese colegio tuvieras que elegir; que decidir cambiar de ciudad, con todas las consecuencias. Entonces te vino a la cabeza aquello de: «estos chicos se lo merecen». Un lugar nuevo, con personas, compañeros y costumbres diferentes. Los chicos te prueban y los padres te observan de arriba a abajo.
Te miden, hasta que te aceptan. Nueva casa, nueva ciudad; hay que hacerse amigos; tu familia te pregunta cómo estás; tú tienes a tus chicos en la cabeza. Programaciones, horarios de 5, 6 y 7 clases diarias (junto con vigilancias de comedor y de recreo). Tutorías frecuentes con los alumnos y mensuales con los padres. Trabajo de clase.
Trabajo de los alumnos; muchas horas de corrección de redacciones, de ortografía, deberes varios. Reuniones de profesores. Sábados de formación. Ir y venir con docenas de cuadernos para corregir. Les ves crecer, les das tu tiempo; les observas, les das cariño y apoyo; les aconsejas; les ofreces caminos y soluciones.
Te ríes con ellos, la primera comunión; la confirmación; los campamentos y convivencias; los exámenes y las recuperaciones (corrige y corrige); te sacan motes, los padres no acaban de apoyarte, pero te los llevas de excursión. Rezas por ellos, les ves mejorar, hacerse mayores.
Tú mismo te haces mayor, sin notarlo, por que en vez de mirarte al espejo debes correr para llegar al autobús, del que tú mismo te responsabilizas.
Y llega el día de la graduación de «los melenas».
En el resumen de estos ocho años aparece tu nombre: y en primero tuvimos a otro profesor (tu nombre). Y, mientras te planteas si todo ese sacrificio vale la pena, suena en tus oídos el dicho inglés: que el premio del maestro está en el cielo.
Juan F. Fernández