Otras penitencias que acostumbraba por amor a Dios y a los demás era darse todos los días disciplinas (latigazos). A veces, no se medía y tuvo que ponerle límite el padre Juan de Lorenzana.
Dice este padre: Fue necesario poner en esto alguna moderación, pero fue de manera que la dicha santa virgen con grandes ruegos y humildad sacó licencia para poder tomar cada noche una disciplina. Y, algunas veces, cuando se ofrecían algunas especiales necesidades públicas o particulares, pedía la dicha bendita Rosa a este testigo licencia para doblar el número de azotes.
La disciplina que usaba antes de que le fuesen a la mano (se lo prohibiesen) eran dos ramales de cadena de hierro. Esta cadena, después que se la vedaron para efecto de disciplinarse, se la ciñó al cuerpo y la ciñó con candado y echó la llave donde nunca pudiera aparecer. Hay una leyenda que dice que la llave la tiró al pozo que había en su casa y, por eso, el día de su fiesta es costumbre que sus devotos echen en el pozo, que existe donde estuvo su casa, cartas con sus deseos y peticiones.