Un hombre de Padua, llamado Leonardo, confiesa a Antonio que le había dado, con violencia, una patada a la propia madre. Antonio entristecido comenta:
«El pie que golpea a la madre o al padre, merecería ser amputado al instante».
El hombre, tocado por el remordimiento, regresa a casa y se corta el pie. La noticia se difunde inmediatamente por toda la ciudad, llegando también a los oídos de Antonio. El Santo alcanza inmediatamente al hombre y, después de una oración, le reinjerta a la pierna el pie amputado, haciendo el signo de la cruz.
Y aquí se realiza el extraordinario milagro: el pie queda pegado a la pierna, en tal modo que el hombre se pone de pie, empieza a caminar y a saltar alegremente, alabando a Dios y agradeciendo a Antonio.