Cuentan las viejas meigas que al caluroso atardecer de un día cualquiera de abril, un niño llamado Polo, encontró una pequeña caja escondida justo detrás de unos arbustos que había en el parque que solía frecuentar todas las tardes. Pero aquella tarde tenía algo especial, el calor primaveral, la brisa que soplaba; pero en fin, eso es normal que este presente en una tarde de abril.
Lo que no era normal era la sensación tan extraña que se podía percibir con tan sólo extender la mano. Pero Polo ya se había decidido a abrir la caja.
La cogió con las dos manos y la abrió. Cuando Polo descubrió lo que contenía la caja se quedó atónito. Nada más y nada menos que una placa con la fecha de su muerte grabada en letras de oro. Y por si fuese poco, la fecha indicada daría lugar justo dos días después del día del descubrimiento.
Polo soltó la caja inmediatamente y echó a correr, pero no avanzaba, era como si alguien le estuviera agarrando por detrás. Intentaba escapar; cada vez con más fuerza.
Pero no daba resultado. El atardecer se echaba encima y él se decidió por ver qué era lo que impedía que avanzase y al girarse descubrió a una bella mujer que le sujetaba dela nuca apretando cada vez más mientras pronunciaba las palabras «me equivoqué en la fecha de la placa fúnebre, tu día no es el que indicaba, pero me he acordado de venir a buscarte».
Ella apretó la nuca del niño cada vez con más fuerza hasta que consiguió robarle el alma. Su belleza se realzó y desapareció entre tinieblas con el niño en los brazos.