Durante el tiempo en el que fui catequista de Primera Comunión tuve la fortuna de compartir edificio con la familia de uno de mis catequizados. Se llamaba Luisito. Como todos los niños-bien era de muy buen ver: es que Dios da un cuerpo estupendo hasta los 25 años. Tenía el efecto encantador, como la mayoría de las criaturitas.
Pero el designio del Creador me ayudó a comprobar que era otra la realidad (pues vivíamos en el mismo edificio y oía sus chillidos y desplantes) cuando Luisito llegaba a casa. La promesa de obedecer tornaba en un no cortante. Con los meses conseguimos tan sólo un lánguido ahora no o un simple ahora voy.
Mi horror vino con la explicación de las condiciones para recibir bien la Sagrada Comunión.
Sabéis qué diferencia hay entre el Jesús del CRUCUFIJO y el JESÚS DE LA HOSTIA CONSAGRADA?
Silencio.
Un niño, el que parecía distraído, dice:
– Pues que en el crucifijo parece que Jesús está pero en realidad no está; y en la Hostia consagrada parece que no está pero en realidad sí está.
– Muy bien.
– ¿y qué condiciones son necesarias para comulgar bien? TRES CONDICIONES
– PRIMERA: Estar en gracia de Dios (dice una niña)
– Y eso ¿qué es? – pregunto…
– pues no tener ningún pecado gordo (se llama mortal)
– ¿qué más? – continúo…
– SEGUNDA: No haber comido ni bebido nada una hora antes de comulgar…
– profe… – pregunta un niño – ¿nada? ¿ni un chicle, ni agua…?
– a ver… nada de alimento… agua se puede beber. Ahora os digo la tercera y última condición para comulgar bien: TERCERA: Tener uso de razón (saber distinguir entre pan normal y pan consagrado).
Un domingo se oyó el siguiente drama por el patio interior:
– Luisito vamos a Misa.
– No.
– Venga, que ya eres mayor.
– No, no y no.
– Que tienes que hacer la Comunión:
– No que no tengo uso de razón…
Cuando sus padres le arrastraban, entre gimoteos, Luisito, el perezoso espetaba:
– yo no quiero ser un hombre de provecho… ni siquiera tengo uso de razón…
Pero ahí estaba cada sábado, con su catecismo aprendido, su radiante sonrisa, dispuesto a ganar todos los concursos de la catequesis, el caradura del Luisito.
Después de esta anécdota de la vida misma un artículo de las edades de la vida…
Las edades de la vida
Muchos jóvenes suspiran por llegar a tener la edad de tal o cual actor/actriz o modelo, o se lamentan de haber pasado de esas edades. En Grecia tenían una palabra para indicar ese paso del tiempo, el “cronómetro”, Cronos era aquel dios que se comía sus hijos… el paso del tiempo inexorable que se nos come, como la cantante Luz que habla de “el veneno sobre mí piel” que supongo se refiere a las arrugas que va dejando en el rostro.
Pero esas marcas que deja el tiempo por fuera no es el único sentido del tiempo, junto a estos momentos “rutinarios” del día a día, del caer de la arena de un lado a otro del reloj, hay también momentos “mágicos”, un sentido del tiempo interior, expresado en otra palabra que usaban también los griegos: el Kairós, tiempo oportuno. Indica que la vida no se mide por años, semanas o días, sino por aquellos momentos que te hacen perder el aliento, que te hacen ver que vives con intensidad.
Recuerdo lo que contaba Jorge Bucay, de un buscador que llegó hasta un pueblo, y allá vio unas lápidas y fue leyendo: -“fulano de tal”: «siete años, tres meses y un día”…. y a todas igual, y dice: “¡aquí ha habido una epidemia!”, cuando vino el guarda del cementerio y lo encontró desconsolado; le preguntó al guarda: «Qué ha pasado, ¡explícamelo!» -«No es lo que te piensas –le responde-, aquí la gente vive muy feliz.
Y tenemos una costumbre: cuanto nuestros chicos tienen edad de discernir les damos una libreta para que en ella vayan apuntando cuánto duran todos los momentos que de verdad son felices: te has enamorado… ¿cuánto de tiempo ha sido?; has hecho esto…, ¿de verdad que has sido tú mismo?… ¿cuánto tiempo ha durado?… van apuntando estos momentos; y al final de la vida, cuando muere una persona, tomamos su libreta, hacemos una raya y sumamos, porque esta es la vida auténticamente vivida».
Se trata de aprender a disfrutar estos “momentos mágicos” especiales de la vida.
El sentido de la vida y del tiempo es algo misterioso… Romano Guardini hablaba sobre las edades de la vida: decía que la persona se iba enriqueciendo, lógicamente, no tanto en fuerzas físicas (pues a partir de ciertas edades hay que acostumbrarse a tener alguna molestia, dicen que si un día uno se levanta sin ningún tipo de molestia, es que ya no está uno en este mundo sino que se ha ido al otro), pero si con la experiencia y con los recuerdos de la vida, que es parte importante de la felicidad, como decía Miquel Martí i Pol: “para ser feliz, primero debe creer que puede serlo. Después, debe vivir de una forma consecuente con esta convicción… mis momentos felices han sido aquellos en que no me he planteado de una manera seria vivir felizmente.
Me he dado cuenta después de haberlos vivido. Es una felicidad en el recuerdo”. Sí, la memoria constituye nuestra identidad, ahí sigue vivo todo, llevamos siempre dentro el niño que fuimos, la ingenuidad y la sorpresa de la admiración.
También la juventud está siempre con nosotros, pero no la “física”, que es un error de la cultura actual estar demasiado preocupados por la edad la juventud es una etapa que no pasa, es un estado del espíritu que se puede perfeccionar día a día y no dejar de tener aquellas características propias, que son: voluntad de victoria, calidad de la imaginación, intensidad emotiva, capacidad de admiración, gusto por el riesgo -controlado- y por la aventura, primacía del amor sobre la comodidad, no tener miedo de la dificultad por controlar cosas de la vida…
La persona se va perfeccionando con esas “edades de la vida” que se van integrando en nuestra existencia, se va creciendo interiormente.
Este artículo es de Llucià Pou Sabaté