El cazador de venados, DE MÉXICO.
El maravilloso suceso que vamos a narrar le ocurrió al arzobispo de Michoacán, en México, ilustrísimo señor don José Ignacio Arciga.
Este lo contó a muchas personas.
Y el padre Coloma lo cuenta en uno de sus libros.
Era un pueblecito llamado Huacana, lugar donde abundan las plantaciones y los animales.
Visitaba aquellas tierras su arzobispo, don José Ignacio Arciga, y fue recibido con todo entusiasmo por la población.
A todos saludó con respeto y cariño el arzobispo.
Al día siguiente de su llegada metiose el arzobispo en el confesionario. Entre la multitud de penitentes vio a un pobre tullido que esperaba humildemente su turno para confesarse.
Llamó el prelado y le preguntó de dónde era.
El tullido le dijo: «Padrecito, de un monte que dista de aquí quince leguas».
El tullido le contó cómo había venido atravesado en un mulo, pues él no podía andar.
Era viudo y tenía dos hijas casaderas.
El prelado volvió a preguntarle: «¿Cuál es tu oficio?» «-¡Cazador, padrecito!»
Quedó asombrado el arzobispo de que un tullido fuera cazador. Su caza era venados. Pero el cazador le dijo que si cazaba era porque Dios le ayudaba.
Rogó el arzobispo al tullido le refiriera toda su vida.
Y el tullido, con mucha calma, le contó que al levantarse decía a su Padre Dios una oración.
Luego almorzaba y a continuación, arrastrándose por el suelo, salía al campo con su carabina y a poca distancia de su casa, y, según él, Dios le tenía preparado un venado conforme a la petición que le había hecho en su oración por la mañana.
Y al poco rato se le presentaba cerca de él un venado, lo mataba de un tiro de fusil y luego venían sus hijas y se lo llevaban a casa.
La carne y el cuero del animal lo vendían y así todos los días.
De esta forma se mantenían así muchos años. Asombrado quedó el arzobispo del relato del tullido y le pidió le dijera la oración que dirigía a Dios.
Al tullido le dio vergüenza decirla, pues era una oración que él mismo había compuesto. Por fin, después de mucho rogarle el arzobispo, dijo:
«Cuando me pongo de rodillas le digo a mi Padre Dios: ¡Eh, Padre Dios! Tú me has dado estas hijas que tengo y también Tú me has dado esta enfermedad que no me deja andar. Yo tengo que alimentar a mis doncellitas, porque ellas no han de ir a ofenderte. Ea, pues, Padre mío, ponme aquí cerca un venadito, donde yo le pueda matar y así quedará socorrida esta pobre familia».
El arzobispo escuchó atento tan sencilla y confiada oración.
Y el tullido terminó diciendo: Esta es la oración, padrecito y cuando la he dicho salgo al campo seguro de encontrar lo que he pedido y lo encuentro siempre. Y en veinte años que llevo de estar enfermo, nunca me ha faltado este socorro, porque mi Padre Dios es bueno, muy bueno».
Aprender a hacer oración de petición a Dios.
Por Gabriel Marañón Baigorrí