El odio nos daña profundamente. El odiado no se beneficia ni se perjudica: nosotros somos los más perjudicados. Por eso hay que aprender a mirar hacia adelante, a no contar las muescas en el rifle, a romper las listas de agravios.
Al entrar su país en guerra, dos amigos fueron alistados. Cayeron en manos de los enemigos y fueron encerrados en un campo de concentración durante dos años. Recibieron un mal trato. Cuando acabó la guerra fueron puestos en libertad, y tras abrazarse entrañablemente cada uno reemprendió su propia vida.
Transcurridos diez años, los dos amigos se encontraron de nuevo y se abrazaron con profundo cariño. Después uno le preguntó al otro:
-¿Has olvidado ya a nuestros carceleros?
-No, en absoluto. Ni un día he dejado de odiarlos durante este tiempo. ¿Y tú?
-Yo les olvidé en el mismo momento en que nos pusieron en libertad. Así que, amigo mío, yo llevo diez años libre y tú llevas doce años prisionero.