El marido llega a casa un domingo al final de la mañana.

  • ¿Fuiste a Misa? – le pregunta la mujer.
  • Fui. – ¿ Y predicó el cura?.
  • Predicó. – ¿ Y de qué habló?.
  • Habló del pecado.
  • ¿ Y qué dijo?.
  • ¡Uh!. Parece que no es muy partidario.


El pecado es la pérdida de la gracia. Y la pérdida de la gracia es la auténtica desgracia. Por eso, difícilmente se puede ser partidario.

Es conveniente tener muy clara una idea sencilla y de sentido común: ninguna acción nuestra desagradaría a Dios, ni sería pecado, si no nos perjudicase a nosotros mismos. A nosotros, no a Dios. A Dios nada ni nadie puede perjudicarle.

El demonio lleva siglos tratando de hacer creer al hombre que el pecado y la felicidad van parejos.

¡Y cuántas veces ha logrado y sigue logrando engañarnos!.