En el Reino de Chu vivía un hombre que ignoraba dónde crece el jengibre, pero no obstante pensaba que lo sabía.
Una mañana se encontró con un vecino y queriendo ratificar su idea sobre el jengibre, le comentó:
– «El jengibre crece en los árboles» – dijo.
– «Crece en el suelo» – le contesto el vecino.
No se quedó satisfecho con la respuesta que le dio su interlocutor y le propuso:
– «Ven conmigo, interrogaremos a diez personas diferentes – le dijo–. Te apuesto mi asno a que el jengibre crece en los árboles».
Sucesivamente, las diez personas interrogadas dieron todas la misma contestación:
– «El jengibre crece en el suelo».
El apostador se turbó, pero ante la unanimidad de la respuesta de los interrogados le dijo al vecino:
– «Tome, llévese mi asno, ¡Eso no impide que el jengibre crezca en los árboles!»
(Cuento oriental) Cuántas veces nos obcecamos en «nuestra verdad», y no somos capaces de reflexionar y rectificar aunque sea evidente que no tenemos la razón. Es importante saber ceder y considerar que podemos estar equivocados en nuestros puntos de vista.