La alegría del cristiano
En Camino, un libro de espiritualidad traducido a decenas de lenguas y con cientos de ediciones, Josemaría Escrivá dice de un modo claro y enérgico: «La alegría que debes tener no es esa que podríamos llamar fisiológica, de animal sano, sino otra sobrenatural, que procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios».
Pero esto, en él, no era una teoría sacada de la elucubración, sino de su misma vida.
Josemaría era siempre muy alegre. Tanto cuando las cosas le iban bien, como cuando todo iba al revés de lo deseado. Este proceder podía, a veces, incluso desconcertar a sus interlocutores.
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Una alegría a prueba de bomba
En junio de 1938, en plena guerra civil, se acercó desde Burgos a las inmediaciones de Madrid y, desde un observatorio de campaña situado en Carabanchel Alto, usando unos prismáticos de antena que le dejaron los oficiales que custodiaban el puesto, divisó el lugar donde había estado la primera residencia de estudiantes del Opus Dei, montada con tanto esfuerzo y cariño; ahora estaba todo convertido en ruinas.
Quizá el impulso «natural» hubiera sido una exclamación de dolor, o unas lágrimas de emoción.
La reacción «sobrenatural» del Fundador de la Obra, en cambio, fue totalmente imprevista para el teniente que le dejó los gemelos:
¡Soltó una carcajada!
Cuando el joven militar le preguntó el motivo de su risa, la respuesta de don Josemaría le causó una sorpresa aún mayor:
-«Porque estoy viendo -dijo, sin perder la sonrisa- lo que aún queda de mi casa».