Agradecer, ante lo bueno y ante lo malo, es saberse siempre querido por Dios: gracias por estar aquí a mi lado; gracias porque esto te importa.

Acertar con la propia vida: dar con lo esencial, apreciar lo que vale, ver venir lo malo, dejar pasar lo irrelevante. «Si la riqueza es un bien deseable en la vida, ¿hay mayor riqueza que la sabiduría, que lo realiza todo?» (Sb8,5). La sabiduría no tiene precio: todos la querrían para sí. Es un saber que no tiene que ver con las letras, sino con el sabor, con la capacidad de percibir cómo sabe el bien. Lo expresa de modo certero el término sapientia, traducción del griego sophia en los libros sapienciales. En su significado originario, sapientia denota buen gusto, buen olfato. El sabio tiene un paladar para saborear lo bueno. Da nobis recta sapere, le pedimos a Dios, con una antigua oración: haz que saboreemos lo bueno.

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