Varios años han pasado: queremos saber la verdad
Una historia real, en la que hemos cambiado algunos nombres y algunos lugares. Relatada por Santi.
La historia comienza un miércoles de marzo de 2004.
Trabajo en Madrid en un conocido banco que tiene filiales por todo el mundo.
Aquellos días eran especialmente movidos, pues me acupaba de un grupo
de argentinos con los que ultimaba algunas operaciones.
Vino a verme Jorge, un compañero de trabajo a quien conocía de Logroño,
en donde habíamos estudiado la Secundaria y el Bachiller.
Me contaba que su novia y él esperaban con impaciencia recibir el piso;
la entrega de llaves se había retrasado varias veces,
y (aunque una cosa no conllevaba la otra) la boda también había sufrido retrasos.
Total, que, aunque vivía fuera de Madrid, se había trasladado
desde la casa de sus padres (en Alcalá de Henares)
a un piso de la familia de la novia en la Castellana.
Y vivía con su novia en el mismo piso.
Cuando objeté que esa no era la mejor manera de llevar el noviazgo,
él me razonó que quería a su novia y que se iban a casar
(¿qué más daba, por unos meses?); yo le razoné que la falta de respeto era la una causa clara de tantos matrimonios rotos
(cuando el amor falla en la cama, falla en la vida, recuerdo que le dije);
que el respeto de ese tiempo hasta la boda, en octubre,
iba a hacerle crecer en amor y en madurez…
Se fue refunfuñando. Por la noche me llamó:
– Santi – me dijo- tienes razón; ya he hablado con Clara y está
deacuerdo: mañana me vuelvo a casa de mis padres…
¿Podremos vernos mañana?
Yo, contento, me acordé de los argentinos y le dije que iba a estar difícil
pues tenía visitantes.
– Jorge, después de decírmelo tantas veces he pensado
confesarme. ¿Me ayudarás?
A mí me salió un «va a estar difícil»; el cuerpo me pedía decirle,
¿es que no te puedes esperar tres días? Pero al final le dije: – ya
hablaremos mañana. Y ahí estaba, a la hora del cafelito. Le dije
que me buscara por la tarde. A las seis, me llamó, me excusé
delante de mis colegas argentinos y le acompañé a la parroquia
a confesarse. Salió con una sonrisa de oreja a oreja y nos fuimos
a celebrarlo con un bocadillo de calamares. Nos despedimos en el
Parking con un muchas gracias, hasta mañana.
Por la mañana los argentinos se retrasaron: les llamé al hotel y
me comentaron que no había ningún taxi disponible. Que había
habido un brutal atentado en el tren y que todos los taxis estaban
trasladando a las víctimas.
Aquel día esperé en vano a Jorge: había tomado el trayecto de
Alcalá de Henares y fallecido en el atentado. Fui al Ifema, lugar
espacioso y lúgubre donde se velaba a las víctimas,
y allí me encontré a Clara, desconsolada. La autopsia reveló que
la onda expansiva de la explosión le había reventado el bazo.
Ambos rezamos ante los restos de Jorge, que había obtenido
ese mismo día un pasaje seguro al cielo.
La moraleja es que Dios tiene un plan, del que somos parte,
aunque no entendamos ni castaña. Y que, como ni lo sabemos
ni lo entendemos, lo mejor es aprovechar todas las oportunidades
que tenemos a mano para hacer el bien a los demás. A lo dicho
se suma que la muerte no es un castigo, sino una llamada a otra
vida, en este caso mejor y para siempre.
Santi Esteban M. Madrid