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1. ¿Cuál es la identidad del sacerdote? La de Cristo. Todos los cristianos podemos y debemos ser no ya alter Christus sino ipse Christus, otros Cristos, ¡el mismo Cristo! Pero en el sacerdote esto se da inmediatamente, de forma sacramental (Amar a la Iglesia, 38).
2. A los sacerdotes se nos pide la humildad de aprender a no estar de moda, de ser realmente siervos de los siervos de Dios (…), para que los cristianos corrientes, los laicos, hagan presente, en todos los ambientes de la sociedad, a Cristo (Conversaciones, 59).
3. Un sacerdote que vive de este modo la Santa Misa -adorando, expiando, impetrando, dando gracias, identificándose con Cristo-, y que enseña a los demás a hacer del Sacrificio del Altar el centro y la raíz de la vida del cristiano, demostrará realmente la grandeza incomparable de su vocación, ese carácter con el que está sellado, que no perderá por toda la eternidad (Amar a la Iglesia, 49).
4. He concebido siempre mi labor de sacerdote y de pastor de almas como una tarea encaminada a situar a cada uno frente a las exigencias completas de su vida, ayudándole a descubrir lo que Dios, en concreto, le pide, sin poner limitación alguna a esa independencia santa y a esa bendita responsabilidad individual, que son características de una conciencia cristiana (Es Cristo que pasa, 99).
5. ¡Valor de la piedad en la Santa Liturgia!
Nada me extrañó lo que, hace unos días, me comentaba una persona hablando de un sacerdote ejemplar, fallecido recientemente: ¡qué santo era!
—¿Le trató Vd. mucho?, le pregunté.
—No —me contestó—, pero le vi una vez celebrar la Santa Misa (Forja, 645).
6. No quiero —por sabido— dejar de recordarte otra vez que el Sacerdote es «otro Cristo». —Y que el Espíritu Santo ha dicho: «nolite tangere Christos meos» —no queráis tocar a «mis Cristos» (Camino, 67).
7. El trabajo —por decirlo así— profesional de los sacerdotes es un ministerio divino y público, que abraza exigentemente toda la actividad hasta tal punto que, en general, si a un sacerdote le sobra tiempo para otra labor que no sea propiamente sacerdotal, puede estar seguro de que no cumple el deber de su ministerio (Amigos de Dios, 265).
8. Cristo, que subió a la Cruz con los brazos abiertos de par en par, con gesto de Sacerdote Eterno, quiere contar con nosotros —¡que no somos nada!—, para llevar a «todos» los hombres los frutos de su Redención (Forja, 4).
9. Ni a la derecha ni a la izquierda, ni al centro. Yo, como sacerdote, procuro estar con Cristo, que sobre la Cruz abrió los dos brazos y no sólo uno de ellos: tomo con libertad, de cada grupo, aquello que me convence, y que me hace tener el corazón y los brazos acogedores, para toda la humanidad (Conversaciones, 44).
10. Aquel sacerdote amigo trabajaba pensando en Dios, asido a su mano paterna, y ayudando a que los demás asimilaran estas ideas madres. Por eso, se decía: cuando tú mueras, todo seguirá bien, porque continuará ocupándose Él (Surco, 884).
11. Me convenció aquel sacerdote amigo nuestro. Me hablaba de su labor apostólica, y me aseguraba que no hay ocupaciones poco importantes. Debajo de este campo cuajado de rosas —decía—, se esconde el esfuerzo silencioso de tantas almas que, con su trabajo y oración, con su oración y trabajo, han conseguido del Cielo un raudal de lluvias de la gracia, que todo lo fecunda (Surco, 530).
12. ¡Vive la Santa Misa!
—Te ayudará aquella consideración que se hacía un sacerdote enamorado: ¿es posible, Dios mío, participar en la Santa Misa y no ser santo?
—Y continuaba: ¡me quedaré metido cada día, cumpliendo un propósito antiguo, en la Llaga del Costado de mi Señor!
—¡Anímate! (Forja, 934).
13. Ser cristiano —y de modo particular ser sacerdote; recordando también que todos los bautizados participamos del sacerdocio real— es estar de continuo en la Cruz (Forja, 882).
14. No nos acostumbremos a los milagros que se operan ante nosotros: a este admirable portento de que el Señor baje cada día a las manos del sacerdote. Jesús nos quiere despiertos, para que nos convenzamos de la grandeza de su poder, y para que oigamos nuevamente su promesa: venite post me, et faciam vos fieri piscatores hominum, si me seguís, os haré pescadores de hombres; seréis eficaces, y atraeréis las almas hacia Dios. Debemos confiar, por tanto, en esas palabras del Señor: meterse en la barca, empuñar los remos, izar las velas, y lanzarse a ese mar del mundo que Cristo nos entrega como heredad (Es Cristo que pasa, 159).
15. Si es verdad que arrastramos miserias personales, también lo es que el Señor cuenta con nuestros errores. No escapa a su mirada misericordiosa que los hombres somos criaturas con limitaciones, con flaquezas, con imperfecciones, inclinadas al pecado. Pero nos manda que luchemos, que reconozcamos nuestros defectos; no para acobardarnos, sino para arrepentirnos y fomentar el deseo de ser mejores (Es Cristo que pasa, 159).
– Sacerdote, hermano mío, habla siempre de Dios, que, si eres suyo, no habrá monotonía en tus coloquios (Forja, 965).
16. La guarda del corazón. —Así rezaba aquel sacerdote: «Jesús, que mi pobre corazón sea huerto sellado; que mi pobre corazón sea un paraíso, donde vivas Tú; que el Ángel de mi Guarda lo custodie, con espada de fuego, con la que purifique todos los afectos antes de que entren en mí; Jesús, con el divino sello de tu Cruz, sella mi pobre corazón» (Forja, 412).
17. Cuando daba la Sagrada Comunión, aquel sacerdote sentía ganas de gritar: ¡ahí te entrego la Felicidad! (Forja, 267)
18. Para no escandalizar, para no producir ni la sombra de la sospecha de que los hijos de Dios son flojos o no sirven, para no ser causa de desedificación…, vosotros habéis de esforzaros en ofrecer con vuestra conducta la medida justa, el buen talante de un hombre responsable (Amigos de Dios, 70).